jueves, 22 de septiembre de 2011

El falo como experiencia religiosa I

El misterio que persigue a mi pene erecto
Para todas las personas, y para los hombres en particular, el pene representa algo más que un órgano copulador. Son particularmente estrechas las relaciones que establecemos con nuestros órganos genitales masculinos, en particular el pene y los testículos en su saco escrotal, desde el despertar de nuestra sexualidad.

Es difícil que el pene no demande de nuestra atención diariamente, ya que normalmente necesita ser manipulado para que pueda cumplir con su función sexual o excretora. Al estar protegido, o mejor dicho, escondido entre telas de ropa interior y pantalones, es necesario que lo movamos y lo acomodemos varias veces al día para que no nos incomode en el desenvolvimiento de nuestras actividades rutinarias. Lo sacamos a través de la bragueta y lo tomamos con la mano en el proceso de la micción; o lo exponemos completamente para asearlo o al momento de descargar la energía sexual acumulada.

A pesar de los estudios anatómicos y fisiológicos relacionados con la reproducción, la mayoría de las veces el pene representa para nosotros un ente misterioso, obsesivo, indomable, asombroso, independiente e incluso sagrado. Desde los comienzos de la civilización, según David Friedman:

"El pene era un icono de la creatividad; era el vínculo entre lo humano y lo sagrado, un agente de éxtasis corporal y espiritual que aludía a una comunión con lo eterno... una indiscutible fuerza de la naturaleza por su enorme potencial amoral. Vinculaba al hombre con la energía cósmica que cada año cubría los campos con nuevos rebaños y cosechas - y que con tanta frecuencia destruía."

Mi primer encuentro con mi identidad fálica
Un evento reviste un carácter sagrado o religioso si despierta en las personas un sentido de trascendencia, como una experiencia reveladora después de la cual ya no se puede ser el mismo de antes.

Para mí uno de estos eventos lo experimentamos un amigo y yo a la edad de 9 o 10 años aproximadamente. Pertenecíamos a un grupo de excursionismo y estábamos de campamento en la isla militar de La Orchila en las costas de Venezuela. Había pasado ya algún tiempo desde que arribamos a la isla en un buque de la armada venezolana. Los días pasaban entre diversiones, baños en la playa y otras actividades propias del campismo. Para bañarnos con agua dulce contábamos con las duchas reservadas al regimiento militar, alejadas de nuestro lugar de pernocta por unos cientos de metros.

Una mañana, mi amigo y yo nos levantamos por casualidad más temprano que el resto del grupo y, para evitar la congestión que siempre reinaba en las mañanas para asearnos y cepillarnos los dientes, tomamos nuestros paños y corrimos de inmediato a los baños. Al entrar nos topamos con un soldado de espaldas afeitándose frente al espejo de un lavamanos. Nuestra curiosidad de ver a un desconocido con un cuerpo bien entrenado y totalmente desnudo, se incrementó al descubrir que se dibujaban dos testículos prominentes colgando de entre sus piernas semiabiertas.

Después de esta primera sorpresa, no exenta de curiosidad, nos dirigimos a las duchas para bañarnos. El soldado nos previno de abrir la llave de las duchas para que no se le fuera el agua a su lavamanos. Nosotros insistimos en abrir la llave y, al ver nuestra negligencia, el soldado se dirigió directo a las duchas para cerrar la llave de agua. Fue allí cuando nos percatamos, no solo de sus testículos prominentes, sino de un pene realmente grande, quizás como nunca antes lo habíamos visto. Mi amigo y yo nos quedamos boquiabiertos y, casi sin poder evitarlo, una vez que el militar se hubo retirado de nuevo a su sitio de afeitada, volvimos a abrir la llave para ver de nuevo aquello que se movía de un lado para otro cuando caminaba.

Recuerdo todavía ese episodio de mi vida porque, para mí, ese fue un momento especial, yo diría que sagrado: el momento en el que me percaté de la masculinidad de la cuál yo formaba parte, aún cuando mis genitales se insinuaban en mi cuerpo de niño apenas desarrollado. Y no es que nunca antes hubiera visto otros genitales. Para mi no eran extraños los de mi hermano, mis primos y algunos amigos, o los de mi padre o algún tío. Pero ver el tamaño poco común de un pene en un perfecto desconocido, en el tránsito por la etapa preadolescente de mi vida, fue lo que disparó algo en mi interior que me hizo vivenciar un momento trascendente: descubrir que ese era el aspecto de los hombres adultos y que yo, algún día me haría adulto y mis genitales, junto con mi cuerpo también cambiarían. El carácter religioso de la experiencia se dio porque ese momento constituyó una experiencia reveladora, algo que afectó nuestras vidas. A partir de ese momento, y no mucho después, con el inicio de mis primeras masturbaciones, supe que dentro de mi habitaba un dios fálico, caprichoso, misterioso y fascinante, con el que tendría que vérmelas por el resto de mi vida.

Pero, como aseguran los psicólogos, durante el crecimiento del niño hacia la adolescencia y luego la adultez, el desarrollo de la conciencia y del ego opera para restar importancia y opacar cualquier experiencia religiosa o manifestación sagrada del inconsciente, con el propósito de que podamos realizar nuestras actividades cotidianas y cumplir con lo que se espera de nosotros social y culturalmente.

"... Pero la experiencia religiosa retorna en plena noche, entre las menudas grietas de la arcilla de nuestro ego, en insinuaciones y luchas eróticas, cuando menos se espera una intrusión. Entonces uno sabe que un dios está entrando a hurtadillas; su presencia se insinúa por primera vez en los años tempranos". (E. Monick).



El falo como símbolo sagrado de la masculinidad
El pene y el falo se relacionan porque el primero es la manifestación viva del simbolismo que representa el segundo. D. Stephenson Bond, un psicólogo de corriente jungiana, nos aclara:

"Un símbolo es una cosa misteriosa. Cuando nos agarramos a él nos lleva a profundidades cada vez mayores, como una rama en el suelo que nos sumerge hasta las raíces de la psique, bajo la tierra firme de la razón. Una imagen (simbólica) apunta a algo más de ella misma... dice lo que significa, pero siempre significa más de lo que dice."

A través de la historia, aquellas civilizaciones que veneraban el falo, lo consideraban una imagen sagrada, por su potencialidad como símbolo de la reproducción, la renovación y hasta de la resurrección. Según George Elder:

"El falo, como todos los grandes símbolos religiosos, indica una misteriosa realidad divina que no puede ser aprehendida de otra manera. En este caso, sin embargo, el misterio parece rodear al símbolo mismo... Este símbolo es importante para la religión no como un miembro flácido, sino como un órgano erecto."

El falo erecto, un símbolo sagrado de la masculinidad, es una imagen tremendamente potente, visceral, sexual, telúrica, instintiva, animal. El encuentro con el falo como identidad de lo masculino es, como dice Eugene Monick, un encuentro con el alma. Algo emana desde lo más profundo de lo inconsciente y mueve una energía psíquica que nos pone en contacto con un elemento cargado de misterio, algo que está en nosotros pero que muchas veces no podemos controlar fácilmente. Nuestro pene comienza a erectarse y nuestra relación con el entorno cambia de perspectiva: nos sentimos más sensuales, nuestra voz se hace más aterciopelada, nuestro corazón se acelera y nuestra piel exuda un olor particular. Estamos más dispuesto a juegos eróticos y el pene erecto demanda su participación como personaje estelar. El falo encarnado en la erección expresa su cualidad masculina firme como roca, penetrante y tremendamente poderosa. Mientras permanece erecto demanda de nuestra atención, parece ejercer un poder al canalizar nuestro comportamiento hacia el punto culminante de su manifestación energética, que ocurre durante el orgasmo.

Para finalizar esta primera parte, Eugene Monick explica que la cualidad reveladora del falo se lleva a cabo por la emergencia de contenidos sumergidos en la psique:

"El falo se convirtió -durante eones de identificación masculina con sus idas y venidas guiadas por normas propias, sus éxitos y derrotas exteriores- en el símbolo divino para los varones. ...para un varón, el falo porta la imagen divina interior de lo masculino. ...Cuando el falo entra en una situación, se produce una aprehensión de la divinidad masculina que no podría producirse sin él. ...El falo físico se ha convertido en un símbolo religioso y psicológico porque decide por su propia cuenta - independientemente de las decisiones de su dueño- ... Por esto es que constituye una metáfora apropiada del inconsciente mismo, y específicamente de la forma masculina del inconsciente".

Bibliografía consultada:
Elder, George (XX). "Phallus". Ed. Mircea Eliade. The Free Press. New York.
Friedman, David (2002). "A mind of its own. A cultural history of the penis". The Free Press.
Monick, Eugene (1987). "Phallos: sacred image of the masculine".
Stephenson Bond, D. (1993). Living Myth.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Valoramos la tolerancia a la diversidad de opiniones. Agradecemos tus comentarios respetuosos, asertivos y constructivos