sábado, 19 de noviembre de 2011

El dios Hermes/Mercurio y la masculinidad (Primera parte)

Los dioses masculinos en la mitología griega
Son numerosas las interpretaciones que se le ha dado a la mitología griega con todo el conjunto de sus dioses, semidioses, héroes, bestias y otros seres fantásticos. Para el especialista en cultura griega G.S. Kirk, "los mitos se refieren ante todo al mundo de la naturaleza o a los hombres en tanto que insertos en la sociedad o rindiendo culto a los dioses... [son] referencia interna del entorno objetivo o la concepción humana del mundo externo". Pero también, los mitos pueden entenderse como realidad fundamental en la psique individual de las personas, así "...su referencia primaria no es solo la sociedad o el mundo exterior, sino los sentimientos del individuo... apelan esencialmente a cada persona individual en su esfuerzo por adaptarse a sí misma antes que a la comunidad o al entorno como tal". Basada principalmente en esta última concepción perfilaremos la imagen de Hermes o Mercurio, porque en el mundo actual los mitos, bajo la forma de imágenes o historias, nos fascinan y nos mueven más internamente, aún cuando ya no se presenten como objetos de culto o como interpretación del mundo externo. 
La mitología greco-romana está constituida por dioses masculinos y femeninos con características particulares y asociaciones a eventos naturales y sociales únicos. Los dioses masculinos Zeus (Júpiter entre los romanos), el padre de los dioses y dios del trueno; Ares (Marte), dios de la guerra; Dionisos (Baco), dios del vino; o Apolo, dios  solar de las artes y la filosofía, se presentan como divinidades de la luz, de lo que se puede ver, mostrar, lo que se expresa a través de la conciencia, sea o no racional. Los otros dioses: Hades (Plutón), dios del mundo subterráneo y de los muertos; Hefesto (Vulcano), dios de las fraguas y de las grietas y grutas volcánicas, y Poseidón (Neptuno), dios de los mares y de las profundidades, son los dioses de lo oculto, lo aislado, lo misterioso, de eso que no terminamos de entender porque no pertenece a la razón. Entre ellos deambula Hermes (Mercurio), dios de la comunicación, asociado con el comercio y los viajes, pero también con la astucia y el robo. Un dios que, al no tener centro ni lugar, puede moverse libremente, viajando entre los distintos reinos: el reino superior de los dioses inmortales, de la luz, la iluminación y la conciencia; el reino medio de los hombres mortales, del destino y del sufrimiento; y el reino inferior de la oscuridad, de lo inconsciente, de los misterios y de la muerte. Según el psicólogo Rafael López-Pedraza:

"Hermes penetra en el mundo entero gracias a su capacidad de establecer conexiones. Desde su borderline [línea de demarcación, asociado a lo fronterizo], se relaciona con las esferas de los otros dioses y tiene comercio psíquico con ellos. Él es el hacedor de conexiones y el mensajero de los dioses."

Por lo tanto, Hermes suele establecer conexiones con las características y los centros perfectamente definidos de los otros dioses, y dinamiza, en la personalidad de los hombres, los aspectos psicológicos que se asocian con ellos.

Hermes es un dios masculino como los demás del panteón olímpico que ya hemos mencionado, y, como dios de lo comunicativo, puede relacionársele como el conector de lo masculino en todo hombre con su esencia varonil, una conexión que se establece a través de su símbolo más característico: el falo. Bajo esta perspectiva hablaremos de Hermes como dios fálico, un dios que desplegará, a través de su mito, su culto y sus hijos, muchos aspectos de la psicología de lo masculino tanto en hombres como en mujeres.

Hechos y descendencia de Hermes
Según las leyendas, y tal como lo describe el mitógrafo Karl Kerényi, Hermes "nació  en la temprana mañana, al mediodía tañía la lira y al atardecer robó las vacas de Apolo", regresando a su cuna por la noche para acostarse a dormir inocentemente. Estos primero hechos del dios y meticulosamente reseñados en el "himno homérico a Hermes", atribuido a Homero,  nos muestran una divinidad activa, astuta y a la vez cándida y fascinante. Hermes es un dios "de gran astucia, un engañoso lisonjero, un saqueador y ladrón de ganado, un dador de sueños y un merodeador nocturno como los que acechan en la calle..." (K. Kerényi).

Para Jean Shinoda Bolen, "Hermes es más conocido como dios mensajero y como la deidad que realizó muchos servicios útiles para otros olímpicos. Obedeció el mandato de Zeus de rescatar a Perséfone del mundo subterráneo y devolverla junto a su madre. También rescató a Ares de su prisión en una jarra de bronce, ayudó a Zeus a que diera a luz a Dionisos que llevaba en su muslo, y escoltó a Afrodita, Atenea y a Hera hasta el Juicio de Paris (en el que Paris escogió a Afrodita como la más hermosa - y por ello ganó a Helena, con lo que desencadenó la guerra de Troya-)".

Debido a sus constantes amoríos con diosas, ninfas y mortales, se le atribuyen numerosos hijos: entre ellos Pan, un dios lascivo de la naturaleza, cuya mitad inferior tenía el aspecto de una cabra, con cuernos y barba. También era padre de los sátiros y silenos, seres de aspecto caprino y equino, escoltas fálicos que se unieron al cortejo orgiástico de Dionisos. Engendró con Afrodita a Hermafrodito, que terminó fusionado en la forma hombre/mujer con una ninfa que lo deseaba ardientemente. Se dice también que procreó a Priapo, una deidad fálica grotesca que ostentaba un enorme pene. Y finalmente, en épocas más tardías, se le concedió la paternidad de Eros, el dios del amor y de la energía erótica.

Imágenes de Hermes
Las imágenes más primitivas de Hermes lo mostraban con barba y cabellos largos recogidos o caídos sobre la nuca y el pecho, portando un sombrero de viaje de alas anchas (el pétaso) y vistiendo una túnica corta, y un manto sujeto en el hombro. Su atuendo lo completaban unas sandalias y el caduceo (en griego kerykeion): un sencillo báculo envuelto por dos cintas blancas o serpientes; vara mágica y símbolo fálico. Homero lo representó luego como un adolescente, en esa edad en la que apenas empieza a crecer la barba. A partir de entonces era frecuentemente representado desnudo; el sombrero de viaje pasó a ser un pétaso con forma de casco (como el que portaban los efebos, o adolescentes atenienses, para ir al gymnasium), generalmente con dos pequeñas alas a los lados; y se le añadieron también alas a las sandalias y al caduceo. 

Hermes, el dios
Hermes es el mensajero de los dioses, con una gran capacidad para el habla y la persuasión. Es también el protector de los atletas, de los viajeros y, paradójicamente, tanto de los comerciantes como de los ladrones. Todas estas características, de las cuales muchas se hayan en constante oposición, derivan de los aspectos mitológicos asociados al dios: sus primeras manifestaciones como ladrón y embaucador, teniendo horas de nacido, fueron el robo del ganado de Apolo y su astucia para no dejar huellas de su fechoría; pero a su vez manifestó una tremenda inteligencia y capacidad para negociar cuando le pidió a su hermano el cambio de su recién inventada lira por el bastón de pastor. Las actitudes de pícaro se contraponen con las de justo reconocedor de la autoridad de los dioses cuando ofreció una res en sacrificio y compuso una oda a Zeus, padre supremo de dioses y hombres. Según Walter Otto:

"Hermes es el espíritu de los elementos constitutivos de la existencia: siempre reaparece aún bajo las condiciones más diversas, conoce los beneficios y también la disipación, puede alegrarse por la bondad y al mismo tiempo por el mal ajeno. A pesar de que lo mucho aquí expuesto pueda, no obstante, resultar cuestionable desde un punto de vista moral, es una forma de ser, que con toda su problemática pertenece a una de las figuras fundamentales de la realidad existencial, y por ello, por cómo estimaban los griegos, exige respeto: no para sus específicas variantes por separado, sino para el conjunto de su esencia y de su ser."

Hermes fue también el guía de las almas de los muertos hacia el inframundo. Sus cualidades de mensajero lo hicieron ideal para moverse entre las fronteras de lo brillante del mundo celestial, lo mundano y amenazante del ambiente humano, y finalmente lo oscuro del mundo ctónico del dios de la muerte, con el cual se ganó el apelativo de "psicopompo": guía de las almas. 

Con relación a lo masculino en Hermes, se le considera un dios fálico. En este caso tenemos a un dios que se caracteriza por la acción, la inventiva, la aventura, la artimaña, el engaño y la picardía, las cuales, en su conjunto, tienen un fuerte contenido amoral, y que pueden ser asociadas a las maneras en que se manifiesta nuestro mejor amigo: el pene. 


Con todo, Hermes era considerado "el más cordial de los dioses con los hombres". Es un dios juvenil, alegre y activo. Para Otto:

"(Hermes era) el maestro de la ingenuidad, la guía de los rebaños, el amigo y amante de las ninfas y las gracias, el espíritu de la noche, del sueño y de los sueños. Nada puede describir mejor los alegres y al mismo tiempo oscuros y misteriosos, encantadores y tiernos elementos de Hermes que los mágicos y dulces tonos de la lira o de la flauta".

La fascinación que transmite el dios para los hombres se sustenta en esa frontera que delimita lo socialmente aceptado y legalmente correcto, con lo que es prohibido, condenado y proscrito, pero en muchos casos secretamente deseado. Hermes, como símbolo del pícaro se caracteriza por su inteligencia, ingenio y habilidad para cambiar de forma y aspecto. Hermes está presente ante cualquier triquiñuela, particularmente aquellas que son públicamente sentenciadas severamente, pero abordadas internamente con beneplácito, como en aquellas ocasiones donde la mirada severa de un padre oculta una sonrisa complaciente, cuando su hijo pequeño comete una travesura.


El dios Hermes/Mercurio y la masculinidad (segunda parte)

Orígenes de Hermes/Mercurio como dios fálico
Históricamente, a la llegada de los griegos a sus tierras, es probable que los lugareños ya rindieran culto a un dios de los caminos. Según W. K. C. Guthrie, los griegos probablemente encontraron a Hermes en la región de Arcadia, donde se le rendía culto como dios local y lo adoptaron. Su nombre significa "el del montón de piedras". López-Pedraza menciona que:

"Los montones de piedra se colocaban a un lado de los caminos para señalizarlos; también demarcaban los linderos entre villas, ciudades y regiones; marcas que fijaban los límites y las fronteras. Estos montones de piedras, usados para señalar los caminos y fronteras geográficas, eran también altares primitivos consagrados a Hermes. En realidad un montón de piedras es la imagen arquetipal de un dios... Hermes, "Señor de los Caminos", como llegó a conocérsele, señala también nuestros caminos y linderos psicológicos".

Y para el mitógrafo Walter Otto:

"Se cree que, en su origen, el dios Hermes no haya sido más que un protector, y que las columnas y montones de piedras, frente a las casas labriegas y a un lado de los caminos, indicaban su presencia. Pese a todos los rasgos que definen su carácter - lo paradójico del guiar y el descarriar, el dar y el quitar repentinos, la sabiduría y la socarronería, el espíritu propiciador del amor, el embrujo de la penumbra, lo sobrecogedor de la noche y la muerte- se supone que este todo heterogéneo, que es inagotable y que, de ningún modo niega la unidad de su ser, era simplemente un complejo de ideas, que se habría ido desarrollando gradualmente a partir del estilo de vida de sus adoradores, según sus deseos e inclinaciones; ideas enriquecidas por el placer de contar historias".

Aunque en la región de Arcadia se le veneraba religiosamente mediante la representación de falos de madera o de piedra, posteriormente, en casi toda Grecia, estos hermas, como así se les llamaba, se elaboraron, en su forma más sofisticada, como pilares rectangulares dotados de una cabeza y un falo erecto, que se colocaban en las puertas de las casas para invocar la protección del dios. Walter Burkertz comenta:

"...de hecho su nombre, Hermes, se deriva de él: un herma es justamente una piedra erecta, de ahí Hermáas o Hermáon. Esta interrelación tiene su explicación precisamente en la función de señal que tiene tanto el falo como la piedra".

Los caminos de la vida, las sendas que van construyendo nuestra historia personal, lo que nos define como hombres, y las relaciones que guardamos entre nuestros pares como miembros del género masculino, fueron demarcados psicológicamente en la antigüedad mediante la construcción colectiva, por aquellos caminantes que transitaban los senderos, de montículos de piedras, unas recostadas sobre otras, las hermas, como si inconscientemente se estuviera simbolizado una necesaria relación social de identificación entre los hombres:

"Los hermas se fueron acumulando por la costumbre de los caminantes de depositar una piedra sobre la masa diariamente creciente en homenaje al dios. Así fue como la fraternidad de hombres que pasaban por allí construyeron gradualmente una erección... la demarcación de límites es en sí una expresión fálica". (Monick, E.).

Para López-Pedraza estos hermas "itifálicos" (dotados de un falo erecto) son imágenes que "contienen un pronunciado elemento sexual y que expresan el aspecto sexual de Hermes... (una sexualidad que) marca, como piedras miliares, los caminos que transitamos en la vida... (una forma en) que nuestra imaginación, fantasías e imágenes sexuales participan en el comercio psicológico en las "borderlines" de nuestra psique, demarcando los reinos interior y exterior de nuestras vidas".

Cultivando a Hermes
Toda actitud tendiente a indagar en sitios inexplorados, tanto física como psíquicamente, es una forma de fluir con Hermes. Bolen asegura que "Hermes se abre a momentos de descubrimiento y de acontecimientos sincrónicos, a esas ´coincidencias´ que resultan ser significativas, sucesos ´accidentales´ imprevistos que nos conducen a algún lugar que era imposible que conociéramos; vamos allí y regresamos misteriosamente sin equivocarnos".

Hermes es, como ya hemos discutido, una expresión fálica que tiende a manifestarse con su contenido imprevisto y amoral, casi como comportándose de manera animal. Para López-Pedraza, la presencia de Hermes es una manera de conectarnos con nuestro propio primitivismo, es decir una manera de convivir con nuestros instintos y animalidad como una forma de vivenciar la realidad de nuestro ser. Según Bolen la persona que fluye con Hermes "tiende a actuar siguiendo sus impulsos, centrándose en su mente inventiva para conseguir lo que se desea". En cuanto al conocimiento interno, toda actitud que procura viajar a lo profundo de nuestro ser, dispuesta a bajar al inframundo de nuestra psique, a esos oscuros espacios para afrontar nuestros monstruos internos, debe ir de la mano de Hermes, dios mensajero y psicopompo de las almas.

A nivel social, la presencia de Hermes como deidad fálica se manifiesta principalmente en las relaciones que establecemos los hombres con nuestros pares. Según Monick "los hombres desarrollan su identidad fálica vinculándose entre sí. Aunque no todos los hombres están conscientes de su vínculo con otros hombres o cuán importante es éste para establecer la identidad masculina". Esta vinculación puede tomar forma en la participación en equipos deportivos, grupos para juegos de dominó, alianzas para la ejecución de un negocio, o simplemente el placer de conversar y compartir opiniones, expresando de manera abierta y honesta esa "verdad desnuda" de nuestras vidas, en la segura intimidad del vestuario para caballeros de los gimnasios.
A nivel sexual, Hermes es una guía para la experimentación y nos anima a cruzar fronteras en nuestras exploraciones sexuales. Entre los hombres normalmente Hermes se ha expresado ya a una edad muy temprana, por ejemplo, en las reuniones casuales de chicos para masturbarse juntos. Hermes nos hace buenos amantes, porque nos permite expresarnos espontáneamente y nos lleva a experimentar en el sexo, sin la preocupación de lo que es socialmente aceptado. 

La capacidad de guiar a otros y ofrecer de buen grado nuestra experiencia de vida es también característica de Hermes. Bolen expresa: "Cuando en una persona está presente Hermes, podrá ver los aspectos oscuro, hostil, psicótico, instintivo, sexual o agresivo, así como el altruista, místico o iluminado de la gente corriente, incluso en sí misma, sin hacer críticas".
La exploración, la aventura, los viajes, las conexiones, todas estas experiencias están bajo el influjo de Hermes. Finalicemos con las palabras de Arianna Stassinnopolous:

"Hermes ha entrado en nuestros medios, dirían los antiguos griegos cuando un repentino silencio inundaba la habitación, descendía a la conversación e introducía una nueva dimensión en la reunión. Siempre que las cosas parecen fijas, rígidas, estancadas, Hermes aporta fluidez, movimiento, nuevos comienzos y la confusión que casi siempre precede a todo inicio".

Bibliografía consultada:
Bolen, J. S. Los dioses de cada hombre.
Guthrie, W. K. C. The greeks and their gods. Londres. Univ. Paperback, Methuen. 1968.
Kerényi, K. Los dioses de los griegos.
Monick, E. Phallos. Símbolo sagrado de la masculinidad.
Otto, W. The homeric gods.
López-Pedraza, R. Hermes y sus hijos.
Stassinopoulos, A. The gods of Greece.
Villalobos, M. Hilaturas.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El falo como experiencia religiosa II

Carácter sagrado del falo en el contexto cultural y social actual
Independientemente de las causas históricas, la cultura occidental a tendido a considerar como tabú lo genital y lo sexual, procurando ocultar a toda costa esa parte de nuestra anatomía humana, de manera que las oportunidades de asociación y conocimiento de los hombres respecto a su órganos genitales y su sexualidad han sido reprimidas o relegadas a espacios generalmente privados. En la actualidad está prohibido mostrar la desnudez en público. Los hombres cada vez van más cubiertos a actividades en las que sería lógico pensar que requieren de poca ropa, como en los balnearios o la playa. En los baños de los gimnasios, un lugar que se supone no reviste ningún tipo de amenaza a la decencia por mostrarse uno sin ropa, es más frecuente ver sobre todo a los jóvenes bañarse prácticamente con la ropa que llevan puesta. Existe también un terror de mostrar cuerpos desnudos a los niños, los cuales crecen con la creencia de que la desnudez es algo malo o bochornoso.
Cuando se reprimen socialmente los órganos genitales, ocultando los aspectos anatómicos de la masculinidad, gran parte de las ideas y sentimientos asociados con las relaciones entre el hombre y sus genitales queda reprimida en los rincones oscuros del inconsciente.
Pero como dice Monick, en virtud de que parte de los órganos genitales masculinos son externos, el falo es también, por naturaleza, extrovertido, al contrario de los órganos femeninos que son introvertidos. Según este autor:
"El falo es externo, desea exhibirse en forma abierta e incluso aparatosa. El falo se yergue, como queriendo ser notado. Se requiere un modo de manejar este doble vínculo: la necesidad de esconder lo que exige ser mostrado."
Esta relación antagónica entre lo que tratamos de esconder aun cuando él mismo presiona para que se note su presencia, en muchos casos nos ha llevado a tratar a nuestras relaciones con lo fálico de una manera especial.
"... Esta puede ser una manera de proteger al dios, como si la inhibición de la exposición directa fuese un modo de evitar una invasión del tabernáculo sagrado y una disminución del potencial seminal..."
Por otro lado las oportunidades que tienen los hombres de relacionarse entre ellos, en ambientes particulares de naturaleza masculina, parecen ser propiciadas cada vez menos, sobre todo en una sociedad donde las mujeres exigen ser aceptadas en todos los ámbitos. Los espacios para socializar solo entre hombres se restringen entonces a lugares como los vestidores deportivos, donde no queda otra opción que la de superar el socialmente creado sentido de pudor por el cuerpo:
"Los hombres se desnudan juntos sólo dentro de un marco de referencia masculino mutuamente entendido, como en las duchas de los gimnasios. Incluso entonces muchos son cuidadosos de no exponer su pene".
La ambivalencia cuando nos movemos en espacios masculinos, donde se supone que todos "tenemos la misma cosa aquí entre las piernas, por lo tanto no hay de qué preocuparse por mostrarlas", pero que de todas maneras procuramos no exponer, quizás por temor a ser evaluados por los otros, repercute en nuestro desenvolvimiento psicosocial como una manera de comportamiento contradictoria: "sí, es cierto, no hay de qué preocuparse, pero mejor muestro aquellas partes de mi cuerpo que no me perturben". De esta manera todo lo referente a lo fálico y su identidad con lo masculino suele quedar sobreentendido, implícito, incluso bajo un velo de conocimientos y experiencias que solemos afrontar solitariamente. Sin embargo, sea cual fuere la manera en que cada uno de nosotros se acerca a su conciencia fálica masculina, y cualquiera sea nuestra forma de relación con los otros hombres:
"... El dios es reverenciado en la complicidad del secreto masculino. Los hombres saben algo de lo cual no hablan directamente. Se ríen juntos de ello, se entienden en forma implícita, pero no hablan abiertamente. Los hombres comparten un mundo de conocimiento mutuo sin hacer ningún esfuerzo explícito por comunicar lo que se sabe. Aquí uno se acerca a la cualidad religiosa del falo y a las profundidades desde las cuales aflora en la vida masculina."
Así el falo queda envuelto en el misterio, algo que se supone que conocemos todos los hombres pero que ninguno es capaz de expresar de forma directa. El dios queda recluido en el cofre sagrado que le hemos asignado en nuestra psique y su contraparte psicoide -su representación física, el pene-, envuelto entre las seguras capas de tela de nuestra ropa interior.

El falo y la sexualidad masculina como hierofanía
Cuando un hombre emprende su búsqueda de sentido de trascendencia a través del autoconocimiento, y del reconocimiento de las potencialidades de su ser, es probable que afloren las relaciones con su sexualidad, de las cuales el falo es el principal elemento conector. En este caso el falo se presenta como el símbolo más poderoso asociado a su masculinidad.
El pene en erección puede interpretarse como hierofanía, es decir, como la manifestación física de lo sagrado del símbolo fálico, de la fuerza creadora y regeneradora de la vida, a través del hombre.
Nuestra experiencia de lo sagrado a través de lo fálico, principalmente en el momento del sexo compartido o solitario, puede percibirse como una experiencia "numinosa", es decir, cargada de contenidos, sensaciones y elementos emotivos que uno percibe como trascendentes.
Para los antiguos romanos, las manifestaciones asociadas a lo fálico eran llamadas "fascinum", de la que derivan las palabras fascinar y fascinación. Según Monick:
"El falo como objeto de fascinación tiene relación con su capacidad de encantar... Encanto es curiosidad elemental, poder de atracción, capacidad mágica de trasladarnos de lo ordinario a lo numinoso -las características de una experiencia religiosa.
...La fascinación es un compromiso con el alma; es la experiencia de la capacidad de encantar de un símbolo, de capturarnos emocionalmente, de hacer conocer un poder oculto.
Los hombres pueden estar hechizados por el falo tanto como las mujeres, quizás aún más, ya que las prohibiciones culturales en su contra son muy fuertes... El hechizo fálico es un síntoma de la hierofanía masculina."
Entregarse a la exploración lo sagrado, lo trascendental y las oportunidades de autoconocimiento, cuando nos conectamos con nuestro falo, por medio de experiencias sexuales, es una práctica excelente si logramos hacer cada momento un evento especial para experimentar con nuestras energías sexuales e instintivas, tomar conciencia de nuestro cuerpo y experimentar la iluminación, la plenitud y la comunión, con nosotros mismos, nuestra pareja o el cosmos.
Bibliografía consultada:
Monick, Eugene (1987). "Phallos: sacred image of the masculine".
Stephenson Bond, D. (1993). Living Myth.

jueves, 22 de septiembre de 2011

El falo como experiencia religiosa I

El misterio que persigue a mi pene erecto
Para todas las personas, y para los hombres en particular, el pene representa algo más que un órgano copulador. Son particularmente estrechas las relaciones que establecemos con nuestros órganos genitales masculinos, en particular el pene y los testículos en su saco escrotal, desde el despertar de nuestra sexualidad.

Es difícil que el pene no demande de nuestra atención diariamente, ya que normalmente necesita ser manipulado para que pueda cumplir con su función sexual o excretora. Al estar protegido, o mejor dicho, escondido entre telas de ropa interior y pantalones, es necesario que lo movamos y lo acomodemos varias veces al día para que no nos incomode en el desenvolvimiento de nuestras actividades rutinarias. Lo sacamos a través de la bragueta y lo tomamos con la mano en el proceso de la micción; o lo exponemos completamente para asearlo o al momento de descargar la energía sexual acumulada.

A pesar de los estudios anatómicos y fisiológicos relacionados con la reproducción, la mayoría de las veces el pene representa para nosotros un ente misterioso, obsesivo, indomable, asombroso, independiente e incluso sagrado. Desde los comienzos de la civilización, según David Friedman:

"El pene era un icono de la creatividad; era el vínculo entre lo humano y lo sagrado, un agente de éxtasis corporal y espiritual que aludía a una comunión con lo eterno... una indiscutible fuerza de la naturaleza por su enorme potencial amoral. Vinculaba al hombre con la energía cósmica que cada año cubría los campos con nuevos rebaños y cosechas - y que con tanta frecuencia destruía."

Mi primer encuentro con mi identidad fálica
Un evento reviste un carácter sagrado o religioso si despierta en las personas un sentido de trascendencia, como una experiencia reveladora después de la cual ya no se puede ser el mismo de antes.

Para mí uno de estos eventos lo experimentamos un amigo y yo a la edad de 9 o 10 años aproximadamente. Pertenecíamos a un grupo de excursionismo y estábamos de campamento en la isla militar de La Orchila en las costas de Venezuela. Había pasado ya algún tiempo desde que arribamos a la isla en un buque de la armada venezolana. Los días pasaban entre diversiones, baños en la playa y otras actividades propias del campismo. Para bañarnos con agua dulce contábamos con las duchas reservadas al regimiento militar, alejadas de nuestro lugar de pernocta por unos cientos de metros.

Una mañana, mi amigo y yo nos levantamos por casualidad más temprano que el resto del grupo y, para evitar la congestión que siempre reinaba en las mañanas para asearnos y cepillarnos los dientes, tomamos nuestros paños y corrimos de inmediato a los baños. Al entrar nos topamos con un soldado de espaldas afeitándose frente al espejo de un lavamanos. Nuestra curiosidad de ver a un desconocido con un cuerpo bien entrenado y totalmente desnudo, se incrementó al descubrir que se dibujaban dos testículos prominentes colgando de entre sus piernas semiabiertas.

Después de esta primera sorpresa, no exenta de curiosidad, nos dirigimos a las duchas para bañarnos. El soldado nos previno de abrir la llave de las duchas para que no se le fuera el agua a su lavamanos. Nosotros insistimos en abrir la llave y, al ver nuestra negligencia, el soldado se dirigió directo a las duchas para cerrar la llave de agua. Fue allí cuando nos percatamos, no solo de sus testículos prominentes, sino de un pene realmente grande, quizás como nunca antes lo habíamos visto. Mi amigo y yo nos quedamos boquiabiertos y, casi sin poder evitarlo, una vez que el militar se hubo retirado de nuevo a su sitio de afeitada, volvimos a abrir la llave para ver de nuevo aquello que se movía de un lado para otro cuando caminaba.

Recuerdo todavía ese episodio de mi vida porque, para mí, ese fue un momento especial, yo diría que sagrado: el momento en el que me percaté de la masculinidad de la cuál yo formaba parte, aún cuando mis genitales se insinuaban en mi cuerpo de niño apenas desarrollado. Y no es que nunca antes hubiera visto otros genitales. Para mi no eran extraños los de mi hermano, mis primos y algunos amigos, o los de mi padre o algún tío. Pero ver el tamaño poco común de un pene en un perfecto desconocido, en el tránsito por la etapa preadolescente de mi vida, fue lo que disparó algo en mi interior que me hizo vivenciar un momento trascendente: descubrir que ese era el aspecto de los hombres adultos y que yo, algún día me haría adulto y mis genitales, junto con mi cuerpo también cambiarían. El carácter religioso de la experiencia se dio porque ese momento constituyó una experiencia reveladora, algo que afectó nuestras vidas. A partir de ese momento, y no mucho después, con el inicio de mis primeras masturbaciones, supe que dentro de mi habitaba un dios fálico, caprichoso, misterioso y fascinante, con el que tendría que vérmelas por el resto de mi vida.

Pero, como aseguran los psicólogos, durante el crecimiento del niño hacia la adolescencia y luego la adultez, el desarrollo de la conciencia y del ego opera para restar importancia y opacar cualquier experiencia religiosa o manifestación sagrada del inconsciente, con el propósito de que podamos realizar nuestras actividades cotidianas y cumplir con lo que se espera de nosotros social y culturalmente.

"... Pero la experiencia religiosa retorna en plena noche, entre las menudas grietas de la arcilla de nuestro ego, en insinuaciones y luchas eróticas, cuando menos se espera una intrusión. Entonces uno sabe que un dios está entrando a hurtadillas; su presencia se insinúa por primera vez en los años tempranos". (E. Monick).



El falo como símbolo sagrado de la masculinidad
El pene y el falo se relacionan porque el primero es la manifestación viva del simbolismo que representa el segundo. D. Stephenson Bond, un psicólogo de corriente jungiana, nos aclara:

"Un símbolo es una cosa misteriosa. Cuando nos agarramos a él nos lleva a profundidades cada vez mayores, como una rama en el suelo que nos sumerge hasta las raíces de la psique, bajo la tierra firme de la razón. Una imagen (simbólica) apunta a algo más de ella misma... dice lo que significa, pero siempre significa más de lo que dice."

A través de la historia, aquellas civilizaciones que veneraban el falo, lo consideraban una imagen sagrada, por su potencialidad como símbolo de la reproducción, la renovación y hasta de la resurrección. Según George Elder:

"El falo, como todos los grandes símbolos religiosos, indica una misteriosa realidad divina que no puede ser aprehendida de otra manera. En este caso, sin embargo, el misterio parece rodear al símbolo mismo... Este símbolo es importante para la religión no como un miembro flácido, sino como un órgano erecto."

El falo erecto, un símbolo sagrado de la masculinidad, es una imagen tremendamente potente, visceral, sexual, telúrica, instintiva, animal. El encuentro con el falo como identidad de lo masculino es, como dice Eugene Monick, un encuentro con el alma. Algo emana desde lo más profundo de lo inconsciente y mueve una energía psíquica que nos pone en contacto con un elemento cargado de misterio, algo que está en nosotros pero que muchas veces no podemos controlar fácilmente. Nuestro pene comienza a erectarse y nuestra relación con el entorno cambia de perspectiva: nos sentimos más sensuales, nuestra voz se hace más aterciopelada, nuestro corazón se acelera y nuestra piel exuda un olor particular. Estamos más dispuesto a juegos eróticos y el pene erecto demanda su participación como personaje estelar. El falo encarnado en la erección expresa su cualidad masculina firme como roca, penetrante y tremendamente poderosa. Mientras permanece erecto demanda de nuestra atención, parece ejercer un poder al canalizar nuestro comportamiento hacia el punto culminante de su manifestación energética, que ocurre durante el orgasmo.

Para finalizar esta primera parte, Eugene Monick explica que la cualidad reveladora del falo se lleva a cabo por la emergencia de contenidos sumergidos en la psique:

"El falo se convirtió -durante eones de identificación masculina con sus idas y venidas guiadas por normas propias, sus éxitos y derrotas exteriores- en el símbolo divino para los varones. ...para un varón, el falo porta la imagen divina interior de lo masculino. ...Cuando el falo entra en una situación, se produce una aprehensión de la divinidad masculina que no podría producirse sin él. ...El falo físico se ha convertido en un símbolo religioso y psicológico porque decide por su propia cuenta - independientemente de las decisiones de su dueño- ... Por esto es que constituye una metáfora apropiada del inconsciente mismo, y específicamente de la forma masculina del inconsciente".

Bibliografía consultada:
Elder, George (XX). "Phallus". Ed. Mircea Eliade. The Free Press. New York.
Friedman, David (2002). "A mind of its own. A cultural history of the penis". The Free Press.
Monick, Eugene (1987). "Phallos: sacred image of the masculine".
Stephenson Bond, D. (1993). Living Myth.

domingo, 28 de agosto de 2011

Sendak y los monstruos de nuestro niño interior


Todo aquello que se nos dijo cuando éramos niños sobre lo que no era socialmente aceptable, pero que nuestro ser, en ese entonces, clamaba por expresarlo; nuestros temores a lo que en ese momento no podíamos entender o sobre el manejo de nuestras emociones, todo eso seguramente fue colocado en el fondo de un cajón oscuro y profundo, arrinconado y a la sombra de nuestra consciencia, para contenerlo, reprimirlo y, con el tiempo, olvidarlo.

En ese cajón metimos ideas, fantasías, emociones e impulsos considerados prohibidos, que se convirtieron luego en monstruos: seres oscuros, misteriosos, horribles y amenazantes que de vez en cuando intentan salir a través de las grietas que deja nuestro ego cuando nos encontramos en los estados más profundos del sueño, o ante aquellas situaciones que nos hacen perder el control.

Luego, cuando nos hicimos adultos, la necesidad de destacar socialmente y de brillar, según los patrones y estereotipos sociales, nos llevó a reprimir más y más esos aspectos instintivos y espontáneos que buscaban expresarse en nuestra infancia y terminamos metiendo, en el mismo cajón, a nuestro niño interior.
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Donde viven los monstruos
El escritor Maurice Sendak (n. 1928) escribió "Donde viven los monstruos" (Where the wild things are, 1963), un cuento infantil que, si bien es adorado por los niños, nos acerca a los adultos al cajón de nuestros seres fantásticos, olvidados o reprimidos, así como a ese niño interior generalmente relegado y oprimido junto a sus salvajes amigos.

Este cuento infantil ilustrado describe el acercamiento de un niño, Max, a su mundo interno plagado de monstruos. Una versión animada puede apreciarse a continuación:

Según Sendak, éste y sus otros dos libros "Outside over there" y "In the night kitchen", son variaciones sobre cómo los niños manejan sus sentimientos, como aquellos relacionados con el peligro, el ocio, el temor, la frustración o los celos, y la forma en que, desde su visión infantil de la realidad, manejan sus vidas.

Donde viven los monstruos ha sido traducida a varios idiomas, y ha inspirado una ópera (escrita por Oliver Knussen, 1984), y una película (dirigida por Spike Jonze, 2009).

En contacto con nuestro niño interior
Es común verificar, en la mayoría de las historias de vida de las personas, el hecho de que cuando niños no nos permitieron vivir plenamente nuestra niñez porque nuestro objetivo era crecer y hacernos hombres, pero luego, ya adultos, nos vemos inmersos en un modelo social que exagera el culto a la juventud, y quizás nos damos cuenta de que se nos hace difícil envejecer porque sentimos que nunca se nos permitió ser jóvenes.

Por otro lado, los estereotipos de la sociedad contemporánea promueven y afirman en los hombres la idea de ser competitivos y exitosos, de mostrar cualidades de liderazgo, de demostrar que, como hombres, los retos y las adversidades de la vida están acordes con una personalidad dura, enérgica, racional, calculadora y en algunos casos, despiadada. No hay cabida para sentimentalismos, emociones, ni juegos.

La necesidad de relacionarnos con esa parte de nuestra personalidad que es ingenua, emotiva, contemplativa, fantasiosa y juguetona es necesaria para experimentar la vida desde una perspectiva creativa y enriquecedora. En algún lugar dentro de nuestro ser un niño clama por expresarse. Este niño es aquella parte de nuestra personalidad que, según Sam Keen, en su libro "Fire in the belly", se manifiesta a través de:
  • El juego
  • La imaginación
  • La sensualidad
  • La exploración despreocupada
  • La experimentación con diversos roles
  • La aventura
  • El asombro ante las cosas.
Para Keen, estos son aspectos de nuestra inocencia perdida bajo una sociedad en la cual, generalmente, los hombres somos adoctrinados para desecharlos prematuramente y presionarnos a convertirnos en seres cortados bajo patrones patriarcales y machistas.

La inocencia perdida
Para Bill Plotkin, la inocencia es esencial para nuestra salud psicológica a lo largo de nuestra vida. Desde la propia infancia, la inocencia "provee las bases de nuestra apertura natural al mundo: hacia los otros seres vivientes, a las relaciones cooperativas, a nuevas experiencias, hacia el aprendizaje profundo y a la creatividad".

Inocencia y experiencia son conceptos que frecuentemente se oponen, como si crecer y madurar significara una inevitable pérdida de nuestra inocencia. Ponernos en contacto con nuestro niño interior significa preservar nuestra inocencia. Para Plotkin implica abrir nuestro corazón a la preciosidad y el milagro de su existencia, a su fragilidad, ternura y regocijo: "la inocencia de la niñez constituye la semilla para mantener nuestra capacidad de asombro ante las cosas".

Enfrentando los monstruos de nuestro niño interno
El camino para encontrar, entender e incorporar a los monstruos que hemos confinado al cajón de nuestro inconsciente es, como Max, realizando un viaje exploratorio al interior de nuestra psique. Caminando por los parajes inhóspitos de la selva de nuestra mente y navegando por los misteriosos mares del inconsciente.

Estos monstruos contienen la esencia de lo que somos: nuestros impulsos instintivos, motivaciones creativas, necesidades de expresión y energías sexuales, aunque no se nos permita expresarla abiertamente en el contexto social de nuestras vidas. Ir al encuentro de nuestros monstruos requiere la actitud del niño en su afán de aventuras y exploración.

Con una conciencia plena de las potencialidades de desarrollo y crecimiento de nuestro niño interior a través de nuestros monstruos podremos llegar, como lo hizo Ed Ergoth con su bestia, a ser uno con ellos.

Bibliografía consultada: 
Keen, Sam (1992) Fire in the belly. On being a man. Bantam Books. USA.
Plotkin, Bill (2008) Nature and the human soul. Cultivating wholeness and community in a fragmented world. New World Library. USA.
Sendak, Maurice (1963) Donde viven los monstruos. Editorial Santillana.

martes, 12 de julio de 2011

La bestia: las energías instintivas, sexuales y creativas del hombre

Son curiosas las múltiples formas de relación que los hombres tenemos con nuestras energías instintivas, sexuales y creativas. Tal como lo expresamos en un artículo anterior, las conexiones que establecemos con nuestro género están asociadas en un principio a patrones culturales, pero luego, con el inicio de la pubertad, se nos presentan en un principio a través de la relación que establecemos con nuestro pene. La testosterona nos despierta a nuevas dimensiones de experiencia, la mayoría signadas por lo instintivo, lo animal. De allí que para algunos, estas nuevas sensaciones se nos presenten como un monstruo que no conocemos: misterioso, amenazante pero a la vez fascinante, al que se nos obliga normalmente a reprimir, estigmatizado con ideas de culpa y pecado.

Ed Ergoth es un terapeuta sexual que vive en California. Su historia de vida con relación a sus energías instintivas, afectivas, sexuales y creativas, las que él llamó su bestia interna, es un testimonio que puede tener coincidencias experienciales con algunos de nosotros. Las relaciones del hombre con su pene, y con sus diversas formas de expresión, normalmente son condenadas por la sociedad como inmorales y por muchas religiones como inspiradas por el demonio. Sin embargo, forma parte del crecimiento personal de cada hombre reconocer que todo vínculo con el falo forma parte de su identificación con el símbolo masculino de sus energías instintivas, arquetípicas y creativas. A continuación transcribo al español un artículo que Ergoth publicó en la revista White Crane Journal en 2007.

Conociendo a mi bestia interna
Traducción y adaptación del artículo titulado: Getting to know my beast, por Ed Ergoth

“¡Me encanta masturbarme!, ¡mucho! A través de la masturbación fue que encontré a mi bestia interna. Acepté a mi bestia interna gracias a la masturbación, y así, sané las relaciones con mi cuerpo. Celebro mi bestia a través de la masturbación y estoy, en estos momentos, compartiendo mis sentimientos y creencias con la esperanza de que puedan despertar debate, disgustos, discusión y delicia. Estas son mis creencias y mi historia con relación a mi bestia, nada más ni nada menos.

Siendo niño aprendí a distanciarme de mi cuerpo. Mi padre me llevó a hacer deportes y, aunque fue bien intencionado, las cosas no transcurrieron de la manera que él había previsto. Yo no era muy atlético. Si bien es cierto que, para muchos chicos, hacer deportes es una manera de cultivar la autoestima, en mi caso, solo reforzó lo contrario, dado que mi cuerpo no cooperaba mucho y yo no podía hacer lo que hacían los otros. Los otros chicos recibían medallas y trofeos, en cambio yo aprendí a no querer el cuerpo que me había sido dado. Siempre quise ser un chico delgado, de esos que corrían muy rápido, aquellos considerados buenos atletas. Nunca fui ninguno de ellos, así que desde niño aprendí a separarme de mi cuerpo. Pero mucho después, cuando comencé a conectarme conscientemente con mi bestia, aprendí no solamente a estar de nuevo en mi propio cuerpo, sino también a celebrarlo.

A una edad muy temprana, aprendí también a reprimir mis emociones. Me tocó presenciar muestras de emociones violentas e incontroladas. Aprendí entonces que las emociones pueden herir a la gente. Recuerdo claramente cómo la rabia de mi padre, no solamente hería a otras personas, sino que me hería también a mí directamente. Y rezaba en ese entonces por no herir a nadie de esa manera. Me recuerdo parado en la ducha, llorando como un bebé, después de un episodio particularmente horrendo de rabia, y diciéndome a mí mismo que si no me dejaba llevar por mis emociones era posible que no hiriera a nadie. Paré de llorar y simplemente me desprendí de mis emociones y, aunque no lo hice de inmediato, traté de enterrar a mi bestia interna. Envidiaba al Sr. Spock de Viaje a las Estrellas porque nunca se dejaba arrebatar por las emociones. Simplemente apagué mis emociones. Y no fue hasta que logré rescatar a mi bestia que aprendí a convivir confortablemente con mis emociones de nuevo, y a celebrarlas.

En mi niñez aprendí a distanciarme de mi cuerpo y de mis emociones. Aprendí a no sentir. Aprendí cómo no expresar mis emociones. Y sin éstas, puse a mi bestia a dormir. Y todo funcionó así hasta que entré en la pubertad cuando la bestia despertó sin yo quererlo.


La adolescencia fue una época de confusión para mí y para mi bestia. Y cuando aprendí a masturbarme, aprendí cómo estar en mi cuerpo de nuevo, al menos por un corto tiempo. Recuerdo lo divino de las sensaciones en mi cuerpo cuando me masturbaba siendo un adolescente. Yo vivía cerca de un área boscosa. Durante los meses cálidos podía pasar horas en el bosque masturbándome. Aún siendo adolescente, recuerdo el sentimiento de masturbarme en la naturaleza, aprendiendo a estar en mi cuerpo. También me encantaba el bosque porque podía expresarme vocalmente sin temor a ser escuchado. Aprendí conectarme con mi bestia y dejarla aflorar para jugar con ella.

Recuerdo también los fuertes sentimientos de culpa que vinieron luego. En mí existían todos esos aprendizajes religiosos que me convencieron de que la bestia era realmente el demonio, y que yo iría al infierno. Lamentablemente, mis padres nunca me hablaron mucho sobre el asunto. Sin embargo recuerdo un incidente, cuando mi padre me llevó aparte para decirme que mi madre estaba al tanto de las manchas encontradas en las sábanas en la cama. Este incidente realmente no cambió mucho mi comportamiento en cuanto al hábito de masturbarme, excepto el de estar pendiente de no dejar, desde ese entonces, ninguna evidencia. Pero ello contribuyó a generar sentimientos de culpa y ayudó a repudiar de nuevo a mi bestia.

En la universidad mi bestia fue dejada literalmente en el rincón. La primera semana en la sala de los estudiantes escuché una historia sobre un chico que se encontró la primera vez con su compañero de cuarto y lo capturó, casualmente, masturbándose. Ja ja, no saben cómo deseé en secreto que ese hubiera sido el caso de mi propio compañero de cuarto, las cosas pudieron haber sido diferentes. Esto me llevó a aprender rápidamente ese hábito que me costó muchísimos años romper: aprendí a masturbarme rápidamente y calladamente, de manera que nadie pudiera sorprenderme. Mi bestia no estuvo involucrada nunca más. La masturbación se movió desde una experiencia consciente a justamente algo que no debía ser expresado ni descubierto. Y de esta manera volví a perder la conexión con mi cuerpo.

Simplemente me batí en retirada, y lo hice muy bien durante la universidad. Hice todo lo que se esperaba que hiciera, y me comportaba justo como cualquier otro chico universitario. Pero por dentro estaba adormecido. Hice las cosas que se esperaban que fueran aceptables: me desconecté de mi bestia, apagué todas mis emociones e hice todo lo que los demás esperaban que hiciera. Me sumergí en los estudios universitarios y luego en una carrera. Enterré a la bestia y me desconecté de mi cuerpo. Simplemente fui el chico que yo pensaba que era lo que otros esperaban de mí.

Lo hice por muchos años y olvidé absolutamente a la bestia. Mi cuerpo estaba estresado. Presté atención a unas palabras de un maestro muy sabio que nos decía a muchos de nosotros que el placer es la ausencia de dolor. Pero mi cuerpo se volvió doloroso. Mis intestinos eran un desastre. Para mí, el placer se convirtió en la ausencia de dolor. De repente algo estalló en mí. Recordé aquellos años, mucho tiempo atrás, cuando estaba en mi propio cuerpo. Cuando estaba desnudo en el bosque, masturbándome y completamente lleno de regocijo. ¿Qué había pasado con la satisfacción de esos años?

Comencé entonces a reaprender todas esas cosas increíbles que había aprendido cuando era joven: mientras me masturbaba por mucho tiempo, sin llegar a eyacular, estaba más propenso a alcanzar estados increíbles de éxtasis erótico. Y volví a estar consciente de mi propia masturbación. Trabajé para sentir el placer, y no en encontrar una forma rápida de eyacular. Me encontré de nuevo con esa manera vocal de expresarme. Sin pensarlo, esos sonidos guturales comenzaron a emerger de nuevo. La Bestia empezaba a despertar después de un largo sueño.


Por este mismo tiempo empecé a explorar de nuevo mis emociones. Recuerdo haber participado en una poderosa sesión terapéutica donde alguien provocó en mí una respuesta violenta. Esta persona lo hizo desde el corazón y el cariño. Él sabía que había algo enterrado dentro de mí que necesitaba salir a flote. Dejé salir la agresión, pero no en contra el hombre que trabajaba sobre mis emociones, sino más bien sobre mí mismo. Comencé de nuevo a acoplarme con mis emociones.

Ahora, a mediados de mis 40 finalmente vengo no solo a aceptar, sino también a celebrar a mi bestia. Pasé muchos años reprimiendo esta parte de mí porque sentía miedo de ella. Veía la violencia con ojos de niño y no quería cometer violencia conmigo mismo. Después de mucho tiempo y reflexión, finalmente vine a honrar mi bestia. Es la bestia quien me hace ser el que soy. Es la bestia quien dirige mis metas. Es la bestia la que me hace erótico. Pero también la bestia puede ser agresiva. Sin embargo la agresividad está lejos de ser el comportamiento principal en el ser humano. Tener miedo de mi bestia interna, para mí, es tener miedo de mi pene.

Para mí, el masturbarme se volvió un ritual para honrar a mi bestia. Me gusta honrar esa parte primitiva y profunda de mi ser. Y honro esa parte de mí aún cuando no parezcan existir razones para ello. Honro esa parte de mí que es vocal: gutural y sin palabras. Honro esa bestia que me ayudó a estar en mi propio cuerpo. Celebro que ella esté completamente dentro de mi cuerpo. Respiro para llamarla. Respiro para aquietar mi mente. Respiro para sentir lo que no puede ser sentido de otra manera. Respiro para invocar mis energías más primitivas.

A través de estos rituales masturbatorios he desarrollado una conexión espiritual con mi cuerpo. El placer que he sentido me ha ayudado a superar los bochornos que sentía respecto de mi cuerpo. Me he dado cuenta de que había desarrollado una relación pobre con mi cuerpo hasta que descubrí a mi Bestia interna. Mi Bestia me enseñó cómo estar en mi cuerpo. Me enseñó cómo abrirme y estar orgulloso, con regocijo. Me enseñó cómo estar en conexión con las energías primitivas que conforman la fuerza de la vida. Cuando me encuentro en trance erótico me hallo consciente del fuego en cada nervio, de cada respuesta de los músculos. No puedo pensar sino en estar conectado con las poderosas fuerzas que lo han creado. Aprecio estar en mi cuerpo, que me ha ayudado a mejorar los sentimientos sobre mí mismo. He aprendido la importancia de cuidar de mi cuerpo y estoy en deuda con alto poder que lo ha creado para mí.

A través de estas experiencias sané los sentimientos de culpa asociados con el placer. Recuerdo a mi padre preocupado por las manchas de semen en las sábanas y transformé la culpa en celebración. La eyaculación es un regalo sagrado para mí. Cuando escojo eyacular honro mi esencia y a todos mis ancestros. Honro el regalo de energía erótica que se expresa en el orgasmo. Honro a la bestia que revela su energía.


Mi bestia interna es parte de mi altar. Siempre trato de comenzar el día dedicándole algún tiempo a mi altar y el dialogar con mi bestia es parte de ese tiempo. Ella me ha enseñado muchas lecciones y estoy seguro que hay muchas más lecciones por venir. Después de muchos años he experimentado que mi vida es más completa porque soy uno con mi Bestia.”