viernes, 14 de diciembre de 2012

Ese extraño gusto por andar rueda libre

"Rueda libre", una manifestación social clandestina
Andar rueda libre (en inglés freeballing) hace referencia a la costumbre, principalmente masculina, de no cargar ropa interior debajo de la vestimenta diaria. La definición en inglés es más que clara porque alude directamente al hecho de que, cuando no se cargan interiores las bolas cuelgan libremente dentro del pantalón.

Andar rueda libre parece una costumbre extraña porque la utilidad de la ropa interior se hace evidente: el tipo de tela, usualmente algodón, brinda protección al área genital al aislarla de otros tipos de tela más rudas (como el jean) y de ciertos accesorios del vestir como los cierres; pero la utilidad mayor es la relacionada con la higiene, al mantener el área genital y anal seca, recogiendo el sudor y otros fluidos corporales. 

Es posible que esta práctica esté asociada principalmente a la vida de algunos adolescentes y estudiantes universitarios dada la necesidad natural de los jóvenes de nadar contra la corriente o romper con los esquemas preestablecidos. Ir rueda libre se antoja como una práctica que no deja de tener connotaciones "clandestinas". Algunas veces se asume como un reto personal o dentro de la comunidad de pares masculinos generalmente asociado con ese "mostrar sin mostrar" en donde los genitales se exhiben, bien desdibujados sobre el short o pantalón, o bien como flashes que pueden ser atisbados al acaso, al adoptar ciertas posturas. Luego se asume como una forma muy cómoda de andar, al liberar a los genitales y dejar que cuelguen plácidamente. A continuación el testimonio de un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos (video en inglés):

Sin ropa alguna en los gimnasios de la antigua Grecia
Resulta curioso que, si bien el uso del taparrabos fue una prenda de vestir, a la vez que ropa interior, común para muchos pueblos ancestrales, al parecer, entre los griegos este tipo de atuendo no existió en absoluto. Entre la vestimenta tradicional de la antigua Grecia se encontraba la túnica, tanto para hombres como para mujeres, que consistía básicamente en un rectángulo de tela suave que se sujetaba a los hombros mediante una fíbula (un gancho) y un cinturón. Los hombres de cierta edad y jerarquía llevaban también una toga larga que les cubría prácticamente todo el cuerpo. Sin embargo, debajo de estos vestidos no se llevaba nada más. Por lo tanto para los griegos, andar "rueda libre" era una condición natural.
 
El no portar ropa interior alguna por parte de los antiguos griegos, llegó a niveles de la misma desnudez en algunos ámbitos sociales, como en los gymnasium, donde sólo estaba permitido entrar a los hombres y que servía de recinto para el entrenamiento físico y para otras actividades asociadas con el pensamiento. De esta manera quedaba manifiesto el gusto griego por la belleza corporal, particularmente la masculina, la cual alcanzó en algunos momentos niveles de culto.

Podría decirse pues, que la carencia de uso de ropa interior alguna entre los griegos no fue algo que los preocupara sobremanera, dado que la desnudez era una condición importantísima que utilizaban para relacionarse socialmente, particularmente entre hombres. Como muestra de ello, la inmensa mayoría de las estatuas masculinas griegas presentan hombres desnudos, o con atuendos que los acercan más bien a la desnudez, porque destacan su corporalidad, a diferencia de muchas estatuas femeninas, donde la forma corporal es sugerida o mostrada debajo de los pliegues de las túnicas.

Rueda libre como práctica cotidiana
Para Trey Salm, andar rueda libre tiene las ventajas de que los genitales se ven libres de los interiores muy ajustados y no se sufre la incomodidad de que la tela se meta entre las nalgas (para mí son dos situaciones que se resuelven muy fácilmente: comprar ropa interior holgada y bien hecha para que no se arrugue cuando se la lleve puesta). Otro de sus argumentos: es más rápido desvestirse para el sexo cuando no se lleva interiores, solo quitar la correa, abrir el pantalón y ya: ¡en traje de Adán! (pero, ¿y todo ese preludio erótico previo al sexo al quitar la ropa e incluso exhibir unos interiores sexys qué? je je je).

En una oportunidad, los mercurianos nos pusimos como reto vivir un día "rueda libre": cada quién se vistió para un día normal de la semana, con la ropa que tradicionalmente viste para trabajar, pero no nos pusimos interiores. Yo fui a mi trabajo de pantalón kaki, con camisa manga larga, medias y zapatos negros de cuero. Mi primera inquietud, al ponerme los pantalones fue: ¿qué hago con mi pene? Cuando uso ropa interior mi pene lo coloco hacia arriba o hacia abajo sobre mis testículos, bien acomodado y ajustado por la tela del interior. Ahora mi pene colgaba la mayoría de las veces hacia un lado, de manera que frente al espejo yo notaba el glande insinuándose en el pantalón. Ese día agradecí que mi pene no fuera grande, porque su forma se hubiera desdibujado claramente sobre un pantalón de tela.
 
Cuando me monté en mi carro comencé a experimentar que la costura central del pantalón presionaba sobre mis genitales, y la cabeza de mi pene circunciso no dejaba de rozarla, por lo que la certeza de mi genitalidad estaba permanentemente presente. Al llegar al trabajo mi pene se había acomodado en una posición cómoda que, al parecer, no permitía que se notara mucho, y realmente me sentía menos apretado y mis genitales más "libres": empecé a sentirme mejor.
 
La primera posibilidad de inconvenientes se presentó cuando fui al baño a orinar. Lo hice de la manera tradicional. Al finalizar, sacudí el pene y limpié con un papel los restos de micción del orificio de salida. Sin embargo tuve la preocupación porque una gota rebelde hubiera quedado en el conducto urinario y en algún momento saliera y manchara el pantalón, cosa que afortunadamente no ocurrió.
 
Pero al transcurrir del día, cuando comencé a sudar un poco, empezó para mi un real inconveniente: mis pelotas se humedecieron y no dejaba de percibir la molestia de sentir que el escroto se pegaba insistentemente a mi entrepiernas. En ese momento añoré haberme puesto algo de talco en los genitales.

Un punto a favor, el solo pensar que estaba interactuando con mis compañeros y compañeras de trabajo y con mi jefe, estando consciente que no cargaba interiores, le daba a la relación una dimensión especial. De repente me preguntaba si alguno de ellos se habría dado cuenta de que andaba rueda libre, o si realmente podían notarlo por como se movían los genitales al caminar. Esta sensación de estar haciendo algo "clandestino" hacía que me sonriera y le aportaba cierto "morbo" al asunto. Por supuesto que rogaba no experimentar una erección, lo que me pondría en evidencia y me haría pasar un mal momento.
 
En conclusión, la experiencia fue interesante. Por un lado ese morbo sabrocito de saber que estaba sin interiores frente a otros; por otro, ciertas incomodidades estuvieron presentes, en particular la de sentir las bolas pegadas a mis piernas. No dejo de pensar en que, definitivamente, esto podría ser la gloria para un exhibicionista discreto. Así que siento que no me importaría andar rueda libre alguna otra vez, con su debida dosis de talco antes de vestirme. Con mucha más seguridad lo haría en la playa cargando unos shorts holgados, para permitir que la brisa refresque mis testículos.

Una costumbre escocesa transmitida por tradición
Entre las tradiciones en la vestimenta de Escocia, el kilt es el traje emblemático de los hombres. Inicialmente se trataba de una túnica,  elaborada con un estampado particular a cuadros, el tartán, con los colores específicos de los antiguos clanes; de aproximadamente 5 metros de largo que se ataba a la cintura y cubría el cuerpo y las caderas hasta media pierna para proteger a la persona de las inclemencias del tiempo en Escocia. En la actualidad, aquel atuendo quedó simplificado como una falda de tela de paño que utilizan los escoceses en fiestas tradicionales y en celebraciones especiales.
 
Estas faldas tienen la particularidad de que, al parecer, desde tiempos remotos, se visten sin ropa interior alguna debajo. La razón podría ser desconocida, pero no tendría que extrañarnos puesto que igualmente así era que se vestían muchos pueblos antiguos, como por ejemplo los griegos. Sin embargo, se dice que, en los tiempos modernos, esta costumbre tiene un origen militar, donde se obligaba a los soldados escoceses a no llevar nada debajo de manera que el área genital pudiera estar convenientemente aireada. De esta manera, andar en ropa militar escocesa, sin ropa interior alguna debajo del kilt, se la denominaba "ir de regimiento", en inglés going commando.
 
Se dice que, durante la Segunda Guerra Mundial, los soldados escoceses que portaban kilts eran inspeccionados por los sargentos utilizando un palo al que se adosaba un espejito, para verificar si iban convenientemente "frescos" debajo de sus faldas de regimiento.
La tradición se ha impuesto entre los hombres de la región escocesa y, aunque no es obligatorio ir rueda libre, se presenta como una ocasión para rendir honor a los antepasados. Por lo cual los hombres no reparan en ir rueda libre bajo sus kilts en matrimonios, desfiles, actos militares, competencias, celebraciones folclóricas, etc.

Aunque se dice que el portar o no ropa interior debajo del kilt es un asunto personal, lo correcto es mantener el misterio al no hacer alarde del mismo, lo cual no deja de ser evidente dado que en muchos casos, a los escoceses parece importarles muy poco si se les ven los genitales o el trasero al adoptar ciertas posturas durante las celebraciones públicas.

Al contrastar esta manera de vestir con el uso extendido de la ropa interior no queda otra que proponer vivir la experiencia de ir rueda libre en algunas ocasiones y experimentar de primera mano esta particular forma de relacionarnos con nuestro cuerpo, así como las posibilidades de establecer contacto con nuestra sensualidad masculina.

5 pasos para comenzar a andar rueda libre
Basado en un artículo del portal WikiHow, hemos adaptado estas cinco sencillas recomendaciones para aquellos que deseen comenzar a experimentar el andar rueda libre:

 
1. Selecciona un día en el que sepas que la menor cantidad de personas estará en casa. Esta es siempre la mejor manera de comenzar. Es posible que sea difícil definir ese momento, pero si encuentras un día en el que tu madre sale a hacer compras, tu padre está en el trabajo y tus hermanas y hermanos se van a pasar el rato con sus amigos, entonces aprovecha el momento, quítate los interiores y ponte la ropa que usualmente sueles llevar en casa.

2. Después de esto, comienza poco a poco a andar rueda libre siempre que puedas, hasta que te sientas cómodo de hacerlo entre los miembros de tu familia. Recuerda que al principio debes cuidar de no erectarte o dejar alguna "gota" en tus pantalones o shorts.
 
3. Luego que te parezca que tu familia no lo nota, o al menos parece no importarle, y que tu te sientas a gusto estando rueda libre entre ellos, entonces puedes comenzar a hacerlo en público. Andar sin ropa interior en público puede ser intimidante al principio, pero después de un tiempo se hará normal para ti.

4. Comienza entonces a estar rueda libre por largos períodos de tiempo (por ejemplo, varios días seguidos) y luego, si quieres, durante semanas o meses. Una buena oportunidad para hacerlo es durante la temporada de vacaciones escolares.

5. Y si quieres, puedes convertirte en un chico rueda libre permanente y nunca más usar ropa interior. 

miércoles, 15 de agosto de 2012

El taparrabos, ancestro de la ropa interior masculina


El primer tabernáculo de la genitalidad masculina
Con toda seguridad el primer "calzoncillos", o prenda íntima masculina, más antiguo que se conoce proviene de una momia encontrada en 1991 en la región de los Alpes. Se trató de un taparrabos de cuero portado por un hombre de hace 5 300 años: Ötzi, el hombre de hielo.

Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), taparrabos hace referencia a la prenda que utilizan algunas tribus indígenas para cubrir el área genital. Esta se utilizaba también en la antigüedad y su función principal era la de ocultar y proteger los genitales. El taparrabos consiste principalmente de un pedazo de tela, en algunos casos larga y estrecha que cubre particularmente el pene y el escroto.

Según como lo entendería un latinoamericano, el taparrabos es, paradójicamente, una prenda que lo que menos cubre es el "rabo", es decir, la zona trasera del hombre. En el habla de los españoles, sin embargo, es perfectamente entendible que se le llame así, porque para ellos, rabo es una denominación del pene.

Pero, ¿cuál es la diferencia entre un taparrabos y un calzoncillos?, ciertamente ambos se utilizan para proteger el área genital. Esta diferencia no está clara, a excepción de la que puede deducirse de la definición, con relación a que una es utilizada por las sociedades indígenas. En mi opinión, la diferencia se debe a que, aunque ambas cubren el área genital, el calzoncillos se lleva como una prenda interna dentro de la ropa, el taparrabos en cambio forma parte de las prendas de vestir y se exhibe socialmente. Según Otto Steinmayer:

"El propósito del taparrabos es cubrir los genitales masculinos, lo cuál deja las nalgas al aire. Muchos hombres en el mundo se sienten abochornados de exhibir parte o todos sus genitales, pero parece ser un asunto particularmente occidental avergonzarse de igual manera por mostrar el trasero, lo cual realmente es probablemente un temor de ser etiquetado como homosexual, una ansiedad que parece aumentar con el avance de la civilización. De esta manera, los occidentales en general suelen considerar el taparrabos una prenda impúdica".

Ciertamente, la sociedad occidental tiende a considerar el taparrabos una prenda propia de sociedades primitivas, símbolo de la barbarie, lo inculto, lo más alejado de la civilización, de las ciudades y de la modernidad o, en el mejor de los casos, un atuendo que evoca civilizaciones antiguas.
Para el hombre moderno, podría existir una asociación del taparrabos con la ropa interior o los trajes de baño tradicionales. Como objetos de ansiedad social, las prendas que cubren las áreas genitales que pueden ser exhibidas socialmente, el taparrabos en el caso de comunidades tradicionales y el traje de baño en la sociedad moderna, se relacionan al parecer, cada vez más abiertamente, con ese terror que el hombre moderno asocia al hecho de mostrar su genitalidad. Estos atuendos "dibujan" el cuerpo y por lo tanto pueden sentirse que destacan y exponen demasiado los genitales y los glúteos. Esta sociedad actual, aparentemente abierta con respecto a la sexualidad, pero no liberada aun de muchos prejuicios morales y religiosos, condena una exhibición demasiado explícita de los genitales, de allí que prendas como los trajes de baños hayan sido sustituidos cada vez en mayor grado, y en especial entre la gente joven, por amplios pantalones cortos o bermudas de surf.

Cuando uso taparrabos muestro mi lado más primitivo
En particular, mi relación con las prendas de culturas indígenas fueron siempre un motivo de curiosidad. Siendo yo un niño curioso y muy creativo, y habiendo adorado la serie televisiva de Tarzan, no es de extrañar que me hiciera mi propio taparrabos a imagen y semejanza del que usaba el rey de los monos. El solo hecho de portarlo mientras veía mi serie matutina favorita despertaba mi imaginación a niveles infinitos. La sensación corporal al portar un taparrabos me hacía conectarme con mis fantasías sobre el contacto con la naturaleza, la selva y las tierras lejanas.

Mi "guayuco" (como se denomina el taparrabos indígena en varias partes de latinoamérica) consistía de una tela color marrón, básicamente rectangular que terminaba en punta en ambos extremos, y que ataba a mi cintura con una cinta. Ponerme mi guayuco era transportarme a lejanas selvas llenas de animales salvajes, tribus indígenas, supervivencia y mucha aventura. Era una forma de dejar aflorar parte de mi propia naturaleza instintiva.

El taparrabos en la remota antigüedad y en la era cristiana
Haciendo un poco de historia, en el antiguo Egipto, los hombres portaban un taparrabos elaborado de lino que consistía de un trozo de tela en forma de triángulo isósceles con dos cordones cosidos en los dos extremos. Este se colocaba por detrás, a nivel de la cintura, y los cordones se ataban en la parte delantera en el bajo vientre. El trozo de tela que quedaba colgando se pasaba entre las piernas y se enrollaba sobre el nudo delantero procurando cubrir toda el área genital.

Un recurso importante para estudiar el desarrollo del taparrabos, y en general de la ropa interior, en la historia posterior al crecimiento del cristianismo en Europa, ha sido examinar las muy diversas pinturas sobre la crucifixión de Cristo. Desde el principio se sabe que, en la época del dominio romano, los condenados por diversos delitos eran crucificados, una condena en la que los sentenciados se los desnudaba y se los fijaba a unos maderos hasta que morían. El cristianismo fue muy moralista al tratar la muerte de Jesus y, dado que la única referencia que tenían los pintores era el atuendo que se usaba en su época para cubrir el área genital, comenzaron a mostrar a Jesús crucificado portando la ropa interior que se usaba en las épocas en las que era pintado el cuadro.

En general puede observarse a Cristo portando un taparrabos sujetado mediante cordones, o a veces un simple trapo arrollado a la cintura, como el que se utiliza actualmente para después del baño. En algunas representaciones más iconográficas, el taparrabos dejaba un trozo bastante largo de tela que ondeaba al aire en múltiples pliegues y ondulaciones. En la época de las cruzadas de los siglos XI al XIV, los pintores, por encargo, mostraban el extremo de la tela del taparrabos de Cristo con la forma de los estandartes de los distintos grupos de cruzados.

En los tiempos actuales, podría ser artísticamente apropiado, pero no históricamente consistente, mostrar una representación de Cristo en la cruz portando un par de interiores blancos, unos bóxers, incluso un "hilo dental" o un suspensorio; pero una representación así seguro levantaría la indignación de los representantes de la iglesia o de los creyentes ortodoxos. El consenso que actualmente prevalece es la representación de la imagen de Jesus portando un taparrabos, con una cantidad de tela suficiente para cubrir y disimular su área genital.

El taparrabos como herencia ancestral de algunas culturas indígenas
En la actualidad los taparrabos son usados como atuendos tradicionales en las culturas japonesa, india o indopacíficas, así como también como prenda cotidiana en las comunidades indígenas de muchas partes del mundo. En Venezuela, por ejemplo, son clásicos los guayucos de comunidades indígenas como la yanomami, piaroa, panare o wayúu. Los pemones llaman a los que no son de su etnia "tuponkén" que en su lengua significa "persona con ropa", haciendo referencia quizás a la poca ropa que este pueblo llevaba como atuendo tradicional: un simple taparrabos en el caso de los hombres. 

El vestido tradicional indígena siempre fue un guayuco elaborado de algodón y otras fibras vegetales de la selva amazónica. Es curioso que para muchos de estos pueblos el color tradicional para el guayuco sea el rojo, que es elaborado de las semillas de algunas plantas amazónicas como el onoto. Muchas veces los guayucos indigenas son ornamentados y embellecidos; los panare, por ejemplo, suelen adornar sus guayucos con unas borlas de cierto tamaño que cuelgan a los lados de las caderas. 

Lamentablemente, y a pesar de lo pertinente del uso de un simple y sencillo guayuco como única prenda en un ambiente tropical permanentemente cálido, casi todas las comunidades indígenas han sido tocadas por la modernización y por la acción evangelizadora de grupos cristianos que les han inculcado el "pecado" que significa andar casi desnudos, con el riesgo de exponer los genitales. Por esto, en la actualidad muchísimos indígenas visten ropa interior moderna o unos simples pantalones cortos, y reservan sus tradicionales guayucos sólo para actos rituales y ceremonias especiales, y aún así, puede vérseles con frecuencia que debajo de las telas del taparrabos, que supuestamente cubren suficientemente su área genital, portan igualmente un calzoncillos moderno.

Con las nalgas al aire por las calles de Kioto
En la actualidad, algunas sociedades modernas usan taparrabos en ocasiones especiales y con motivos igualmente rituales, religiosos o patrióticos. Ejemplo de ellos lo constituyen las actividades de los japoneses, particularmente los que profesan la religión shintoista.

El fundoshi es el nombre del taparrabos tradicional japonés que han utilizado los nipones desde hace más de mil años. Atuendo intermedio entre taparrabos y ropa interior principalmente masculina, el fundoshi fue la prenda genital por excelencia en Japón hasta la segunda guerra mundial, fecha después de la cual la cultura occidental, con sus pautas en el vestir, comenzaron a predominar en la sociedad japonesa.

El fundoshi tiene tres variantes, de las cuales el "rokushaku" es el más común. Consiste de un trozo de tela rectangular de unos 2,5 m de largo por 20 cm de ancho que se ata alrededor de la cintura cubriendo los genitales y pasando, entorchado, entre las nalgas. Esta prenda es quizás lo más cercano al moderno "hilo dental".

El blanco es el color por excelencia para el fundoshi. Los niños y adolescentes suelen usar también un fundoshi color rojo o como sustituto del traje de baño. En la actualidad se ha visto el uso de fundoshi con otros colores, como el negro, o incluso con diversos estampados.

El fundoshi es utilizado en festivales típicas de la religión japonesa Shinto, como en la "hadaka matsuri", una festividad de purificación invernal, o la festividad "aka fundoshi", donde los jóvenes salen a las calles con sus fundoshi rojos. En el contexto de la vida social cotidiana japonesa, el fundoshi puede ser llevado en casa, utilizado para nadar o en los baños y saunas públicos japoneses llamados "onsen".

Es mi opinión personal que portar un taparrabos puede tener un atractivo muy especial: es una manera de mostrar mi cuerpo y a la vez sentirme cómodo y libre. Otto Steinmayer expresa que la vestimenta genital como prenda de vestir exclusiva, tal como los taparrabos de los pueblos indígenas, o el fundoshi de la cultura japonesa, aunque también aplica para los trajes de baño tradicionales, quizás esté asociada a cierto placer del hombre por sentir su cuerpo, su desnudez y su masculinidad, ornamentado con algo simple. El taparrabos, el tradicional traje de baño para natación, o incluso la misma ropa interior, es una prenda que se adhiere al cuerpo de manera natural, dejando al descubierto la fisionomía natural masculina; en cambio, el resto de las prendas de vestir, esas que cubren todo el cuerpo, alteran las formas y redibujan a la persona completamente.

Bibliografía consultada
Otto Steinmayer (2001) The loincloth of Borneo.
South Tyrol Museum of Archaeology. www.iceman.it/en.
International Jock. www.internationaljock.com.

sábado, 21 de julio de 2012

Tendencias de la ropa interior masculina


La necesidad de vestirse y los avatares de la moda
Siempre me he preguntado las razones que llevaron a las civilizaciones antiguas a adoptar ciertos tipos de atuendos. En primer lugar se me ocurre que el vestirse tuvo que ver, en un principio, con una necesidad de protección y mantenimiento de la temperatura corporal, bajo condiciones ambientales extremas. Es seguro que el ropaje permitiera que el ser humano conquistara lugares que ofrecían, al menos en un momento del año, temperaturas extremadamente bajas. Así, el uso pieles alrededor del cuerpo le permitía al hombre primitivo permanecer caliente, al menos a la intemperie, fuera de sus refugios y del fuego.

Aunque la vestimenta tenga un sentido primariamente utilitario, es bien sabido que la historia de la moda y del traje es tan interesante como la historia misma de los hechos del ser humano. Desde la antigüedad, y ante las diferencias físicas evidentes entre hombres y mujeres, se desarrolló un estilo de vestimenta especial para cada género, y su propósito, con el tiempo, pasó a ser algo más que una razón estrictamente utilitaria. El vestido, como prenda de exhibición, puede denotar poder, castas, costumbres, pueblos y riqueza. Según Otto Steinmayer:

"La vestimenta humana, en su sentido más amplio incluye, aparte de las prendas de tela, ornamentos y pintura corporal... La función más profunda del vestido es ornamentar el cuerpo, como una forma de "humanizar" y "socializar" a las personas. Algunos indígenas sudamericanos han expresado que ellos se ornamentan porque si no lo hicieran sentirían que no hay ninguna diferencia entre ellos y los animales. Los ornamentos son una necesidad en su caso para mantener su identidad como seres humanos".

Sin embargo, la ornamentación no debemos atribuirla exclusivamente al ser humano. En el mundo animal, estas exhibiciones de "ornamentos" corporales han evolucionado de manera natural y pueden observarse principalmente entre los machos, los cuales generalmente exhiben colores y formas corporales más llamativas en relación con las hembras. En estos casos podría decirse que se trata de una estrategia adaptativa cuya función es, entre otras, la atracción de pareja o como señal de advertencia para otros machos sobre la propiedad de su territorio. En el caso del ser humano, esta misma tendencia pudo ser observada en el atuendo masculino, particularmente en ciertas épocas de la historia de la humanidad, y especialmente asociada a la ropa bélica. No es de extrañar que muchas mujeres se sientan atraídas por hombres con ropa militar.

La pertinencia de no andar con las bolas al aire
Puede decirse que la ropa íntima ha seguido un camino histórico muy interesante porque, al tratarse de un atuendo que generalmente permanece oculto bajo la ropa, podría pensarse que su función está asociada a razones principalmente utilitarias, más que de exhibición. En principio, la ropa interior cumplió con la función de no exponer los genitales. Ocultar la zona genital como protección pero también obedeciendo a tabúes propios de las sociedades de muchas partes del mundo. En el caso de los hombres, esa pertinencia de no andar con "las bolas al aire" manifiesta la dualidad propia de su propia esencia. Como dijimos en otro tema de este blog, los genitales masculinos son eminentemente externos, el falo se debate entre mostrarse y ocultarse, y la ropa interior viene a cumplir con la función de velar socialmente la sexualidad genital.

Junto con la tendencia, culturalmente heredada, de ocultar nuestra masculinidad genital, las pautas que definieron el diseño de la ropa interior, hasta hace muy poco, estuvieron asociadas entonces con la higiene y la protección genital. Las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres dictaminaron, en todas las épocas de la humanidad, la confección y los estilos de la vestimenta de ambos sexos, incluyendo la ropa interior: en el caso del hombre, debido a que sus genitales son externos y voluminosos, como ya se ha mencionado, la ropa interior se debate entre la exhibición de sus atributos sexuales y el confort.

En esta contienda entre forma y función, la prenda intima masculina se inclinó durante siglos principalmente por la "función", asociada simplemente con la protección e higiene del área genital. La ropa interior femenina, por su parte, se asoció más bien a la "forma", destacando sus atributos sexuales, principalmente la cintura, los pechos, las caderas y los glúteos; en ambos casos siempre conservando su condición de prenda interior, oculta, velada por las modas del atuendo externo.

Sin embargo, en la actualidad, la ropa interior ha llegado a ocupar un puesto en importancia casi a la par con la ropa y el vestido. En estos tiempos de enfrentamientos entre la masculinidad y el feminismo, según las últimas tendencias de la moda y con la atención que los medios de comunicación le han destinado, se intenta equiparar las prendas interiores masculinas con las femeninas: mientras las voluptuosas modelos de Victoria´s Secret desfilan en pasarela mostrando las tendencias actuales de la lencería, destacando prendas llamativamente sensuales, marcas como Calvin Klein, 2(x)ist, Dolce & Gavana, o Aussiebum promueven estilos de ropa interior masculina que compiten igualmente entre la calidad y el confort con el diseño colorido o las formas atrevidas que antes estaban destinadas sólo a las prendas femeninas. Podríamos decir que otra de las funciones actuales de la lencería y la ropa interior es "redibujar" y realzar las formas del cuerpo de ambos sexos, destacando sus atributos sin perder su esencia.

He aquí otra justificación sobre el deseo del ser humano de vestirse: con las prendas del vestido, los accesorios y otros ornamentos las personas pueden exhibir su personalidad. En resumen, podemos estar de acuerdo con Steinmayer, para quien la razón última para portar un vestido externo e interior, es el deseo universal humano de hacer algo con el cuerpo: decorarlo, constreñirlo, amoldarlo, llegando incluso a pintarlo o tatuarlo. La ropa interior en el caso del hombre, busca ahora destacar los atributos masculinos, a la vez que lo hace sentirse cómodo, seco y protegido.

jueves, 5 de abril de 2012

Los fetiches del hombre (1ra parte)

Fetiches en las sociedades ancestrales
Fetiche (del francés fétiche). Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos.
El fetichismo se refiere al acto de admiración exagerada e irracional que se siente hacia una persona o hacia una cosa. Puede ser entendido como una forma de creencia o práctica religiosa en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las fuerzas naturales.
Entre los pueblos ancestrales, un fetiche era un ídolo o cualquier otro objeto de culto, al que se atribuía un poder mágico. En África la enfermedad y la muerte podían ser imputadas a causas sobrenaturales, de ahí que los objetos, junto a las técnicas mágicas y rituales se utilizaban para combatir estos infortunios.
La expresión fetiche, proviene del portugués, y mucho tiempo antes, entre los marineros y los comerciantes, se utilizaba esta palabra para nombrar los objetos y figuras tallados. En portugués el término feitico (un objeto fabricado mediante artes mágicas, por un mago o feiticeiro) tiene un significado más bien neutro, en el sentido de artículo de magia o amuleto. Su traslado a las culturas primitivas, salvajes, y sobre todo a las culturas africanas, amplió su significado, aunque de una manera más específica: algunos etnólogos e historiadores de la religión lo vieron como la síntesis de la etapa más antigua de la religiosidad en el hombre; los objetos que contenían un espíritu, constituían, según esta forma de entenderlo, el núcleo de la creencia en los fetiches: el fetichismo.
En 1760, un historiador francés publicó: Los negros de la costa occidental de África (...) tienen como objeto de su adoración determinados dioses, que los europeos denominan fetiches (...). Estos fetiches divinos no son más que objetos vulgares y mundanos, que una nación o alguien elige arbitrariamente y permite que los sacerdotes lo consagren; se trata de un árbol, una montaña, un mar, un trozo de madera, la cola de un león, un guijarro, una concha, sal, un pez, una planta, una flor, un animal de un determinado género como una vaca, una cabra un elefante, una oveja; en realidad todo lo que uno pueda imaginar. Todos ellos son dioses para los negros, que les dedican un estricto y sagrado culto, juran en su nombre, les presentan ofrendas, los llevan en procesión (siempre que sea posible), los glorifican y acuden a ellos en busca de consejo (...). Según De Brosses y posteriormente otros, el negro en su concepción no separa el espíritu (o sí lo hace es muy raro) del objeto en sí mismo; para él ambos forman un todo, el fetiche.
Al principio, el espíritu de un fetiche se consideraba el fantasma de un hombre muerto. Más adelante, se suponía que residían en los fetiches los espíritus más elevados. Así, el culto de los fetiches finalmente incorporó todas las ideas primitivas de los fantasmas, las almas, los espíritus y la posesión demoníaca.
La idea del espíritu que penetra en un objeto inanimado, un animal o un ser humano, es una creencia muy antigua, que prevaleció desde el comienzo de la evolución de la religión. Esta doctrina de la posesión por los espíritus, en los objetos o en las personas, no es más ni menos que fetichismo. El salvaje no necesariamente adora al fetiche, más bien, adora con mucha lógica y reverencia al espíritu que reside en el fetiche.
Los primeros fetiches fueron guijarros con marcas peculiares, y desde entonces el hombre ha buscado las «piedras sagradas». Un hilo de cuentas fue antiguamente un hilo de piedras sagradas, una serie de amuletos. Muchas tribus tuvieron piedras fetiches,. El fuego y el agua también estaban entre los fetiches primitivos, y la adoración del fuego, juntamente con la creencia en el agua bendita, aún sobrevive.
Los árboles fetiches fueron un desarrollo posterior, pero entre algunas tribus la persistencia de la adoración a la naturaleza condujo a la creencia en amuletos poseídos por algún tipo de espíritu de la naturaleza. Cuando las plantas y las frutas se volvían fetiches, era tabú comerlas. La manzana fue entre las primeras en esta categoría; los pueblos levantinos no la comían jamás.
Si un animal comía carne humana, se convertía en un fetiche. De esta manera el perro se tornó un animal sagrado para los parseos. Si el fetiche es un animal y el fantasma reside permanentemente en él, el fetichismo raya con la reencarnación. De muchas maneras, los salvajes envidiaban a los animales; no se consideraban superiores a ellos y frecuentemente se ponían el nombre de sus bestias favoritas.
Cuando los animales se volvieron fetiches, fue tabú comer la carne del animal fetiche. Los monos y los simios, debido a su semejanza con el hombre, entraron muy pronto a ser fetiches. Más adelante, también se consideró fetiches a las serpientes, las aves y los cerdos. En cierto momento la vaca fue un fetiche, siendo su leche tabú, mientras que sus excrementos se consideraban en alta estima. La serpiente fue reverenciada en Palestina, especialmente por los fenicios que, juntamente con los judíos, la consideraban el vocero de los espíritus malignos. Aún en la actualidad, muchas personas creen en los poderes mágicos de los reptiles. Desde Arabia a través de la India hasta la danza de la serpiente de la tribu moqui de los hombres rojos, la serpiente ha sido reverenciada.
Algunos días de la semana eran fetiche. Por muchas edades, el viernes se consideró el día de la mala suerte y el número trece un numeral maligno. Los números de la buena suerte, tres y siete, aparecieron como consecuencia de revelaciones posteriores; el cuatro era el número de la suerte del hombre primitivo y se derivaba del reconocimiento primitivo de los cuatro puntos cardinales. Se consideraba mala suerte contar las cabezas de ganado u otras posesiones; los antiguos siempre se opusieron a hacer un censo, «numerar al pueblo».
La saliva era un fetiche poderoso; se podía ahuyentar a los diablos escupiendo sobre la persona. Era un gran cumplido que un anciano o un superior le escupiera a uno. Ciertas partes del cuerpo humano se consideraban fetiches potenciales, particularmente el pelo y las uñas. Se tenía en gran estima las uñas largas de los caciques, y los trozos que de ellas provenían eran considerados fetiches poderosos. La creencia en la calavera como fetiche explica la existencia más reciente de los cazadores de cabeza. El cordón umbilical era un fetiche de alto valor; aún ahora así se lo considera en África. El primer juguete de la humanidad fue un cordón umbilical preservado: engarzado de perlas, cosa bastante frecuente, fue el primer collar del hombre.
Mucha gente consideraba que los genios eran personalidades fetiche poseídas por un espíritu sabio. Y estos seres humanos talentosos aprendieron pronto a usar el engaño y el soborno para fomentar sus propios intereses egoístas. Un hombre fetiche se consideraba más que humano. Era divino, aun infalible. Así pues los caciques, reyes, sacerdotes, profetas y líderes de la iglesia, finalmente tuvieron gran poder y ejercieron una autoridad sin límites.