Independientemente
de las causas históricas, la cultura occidental a
tendido a considerar como tabú lo genital y lo sexual,
procurando ocultar a toda costa esa parte de nuestra anatomía humana, de manera que las oportunidades de asociación y conocimiento de los hombres respecto a su órganos genitales y su sexualidad han sido reprimidas o relegadas a
espacios generalmente privados. En la actualidad está prohibido mostrar la desnudez en público.
Los hombres cada vez van más cubiertos a actividades en
las que sería lógico pensar que requieren de poca ropa, como en los balnearios o
la playa. En los baños de los gimnasios, un lugar
que se supone no reviste ningún tipo de amenaza a la
decencia por mostrarse uno sin ropa, es más frecuente ver sobre todo a
los jóvenes bañarse prácticamente con la ropa que llevan puesta. Existe también un terror de mostrar cuerpos desnudos a los niños, los cuales crecen con la creencia de que la desnudez es algo
malo o bochornoso.
Cuando se
reprimen socialmente los órganos genitales, ocultando
los aspectos anatómicos de la masculinidad, gran
parte de las ideas y sentimientos asociados con las relaciones entre el hombre
y sus genitales queda reprimida en los rincones oscuros del inconsciente.
Pero como
dice Monick, en virtud de que parte de los órganos genitales masculinos son
externos, el falo es también, por naturaleza,
extrovertido, al contrario de los órganos femeninos que son
introvertidos. Según este autor:
"El falo es externo, desea exhibirse en forma
abierta e incluso aparatosa. El falo se yergue, como queriendo ser notado. Se
requiere un modo de manejar este doble vínculo: la necesidad de
esconder lo que exige ser mostrado."
"... Esta puede ser una manera de proteger al
dios, como si la inhibición de la exposición directa fuese un modo de evitar una invasión del tabernáculo sagrado y una
disminución del potencial
seminal..."
Por otro
lado las oportunidades que tienen los hombres de relacionarse entre ellos, en
ambientes particulares de naturaleza masculina, parecen ser propiciadas cada
vez menos, sobre todo en una sociedad donde las mujeres exigen ser aceptadas en
todos los ámbitos. Los espacios para socializar solo entre
hombres se restringen entonces a lugares como los vestidores deportivos, donde
no queda otra opción que la de superar el
socialmente creado sentido de pudor por el cuerpo:
"Los hombres se desnudan juntos sólo dentro de un marco de referencia masculino
mutuamente entendido, como en las duchas de los gimnasios. Incluso entonces
muchos son cuidadosos de no exponer su pene".
La
ambivalencia cuando nos movemos en espacios masculinos, donde se supone que
todos "tenemos la misma cosa aquí entre las piernas, por lo
tanto no hay de qué preocuparse por
mostrarlas", pero que de todas maneras procuramos no exponer, quizás por temor a ser evaluados por los otros, repercute en nuestro
desenvolvimiento psicosocial como una manera de comportamiento contradictoria:
"sí, es cierto, no hay de qué preocuparse, pero mejor muestro aquellas partes de mi cuerpo que
no me perturben". De esta manera todo lo referente a lo fálico y su identidad con lo masculino suele quedar sobreentendido,
implícito, incluso bajo un velo de conocimientos y
experiencias que solemos afrontar solitariamente. Sin embargo, sea cual fuere
la manera en que cada uno de nosotros se acerca a su conciencia fálica masculina, y cualquiera sea nuestra forma de relación con los otros hombres:
"... El dios es reverenciado en la complicidad
del secreto masculino. Los hombres saben algo de lo cual no hablan
directamente. Se ríen juntos de ello, se
entienden en forma implícita, pero no hablan
abiertamente. Los hombres comparten un mundo de conocimiento mutuo sin hacer
ningún esfuerzo explícito por comunicar lo que se sabe. Aquí uno se acerca a la cualidad religiosa del falo y a
las profundidades desde las cuales aflora en la vida masculina."
Así el falo queda envuelto en el misterio, algo que se supone que
conocemos todos los hombres pero que ninguno es capaz de expresar de forma
directa. El dios queda recluido en el cofre sagrado que le hemos asignado en
nuestra psique y su contraparte psicoide -su representación física, el pene-, envuelto entre
las seguras capas de tela de nuestra ropa interior.
El falo y
la sexualidad masculina como hierofanía
Cuando un
hombre emprende su búsqueda de sentido de
trascendencia a través del autoconocimiento, y del
reconocimiento de las potencialidades de su ser, es probable que afloren las
relaciones con su sexualidad, de las cuales el falo es el principal elemento
conector. En este caso el falo se presenta como el símbolo más poderoso asociado a su
masculinidad.
Nuestra
experiencia de lo sagrado a través de lo fálico, principalmente en el momento del sexo compartido o
solitario, puede percibirse como una experiencia "numinosa", es
decir, cargada de contenidos, sensaciones y elementos emotivos que uno percibe
como trascendentes.
Para los
antiguos romanos, las manifestaciones asociadas a lo fálico eran llamadas "fascinum", de la que derivan las
palabras fascinar y fascinación. Según Monick:
"El falo como objeto de fascinación tiene relación
con su capacidad de encantar... Encanto es curiosidad elemental, poder de
atracción, capacidad mágica de trasladarnos de lo ordinario a lo numinoso
-las características de una experiencia
religiosa.
...La fascinación
es un compromiso con el alma; es la experiencia de la capacidad de encantar de
un símbolo, de capturarnos
emocionalmente, de hacer conocer un poder oculto.
Los hombres pueden estar hechizados por el falo
tanto como las mujeres, quizás aún más, ya que las prohibiciones
culturales en su contra son muy fuertes... El hechizo fálico es un síntoma de la hierofanía masculina."
Bibliografía consultada:
Monick, Eugene (1987). "Phallos:
sacred image of the masculine".
Stephenson Bond, D.
(1993). Living Myth.
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