Si bien los mitos en torno a la masturbación se van esfumando cada día más, y los hombres (así como también las mujeres) la asumen como parte de su sexualidad; no es menos cierto que, como ya dijéramos en el artículo sobre historia de la masturbación, esta es todavía un tema tabú, al menos en cuanto a su reconocimiento social. Entre jóvenes adolescentes es motivo de burlas y no dejan de escucharse frases peyorativas cuando van dirigidas a chicos a los que se los descubre haciéndola; y entre adultos es vista como un signo de poco hombre, porque "macho que se respete tiene siempre una mujer disponible para satisfacerse sexualmente".
Por otro lado, aunque podría decirse que la mayoría de los hombres nos masturbamos, los patrones comportamentales en torno a esta práctica siempre están asociados a ámbitos solitarios y clandestinos, enmarcados por momentos en donde la norma es hacerla lo más rápido posible, con el menor ruido y procurando no dejar evidencias. Tal como lo expresara Ed Ergoth en su artículo "Conociendo mi bestia interna" (traducido y publicado en este blog con el nombre "La bestia: las energías instintivas, sexuales y creativas del hombre"), las prácticas masturbatorias se convierten, en la mayoría de nosotros, en actos compulsivos para descargar la energía sexual que nos inunda y tiende a dejarnos al final con sentimientos de culpa. Sin embargo, bien enfocada y dándole el espacio que merece la masturbación debe ser abordada como un acto que brinde un espacio para el autoconocimiento y la exploración consciente en relación con nuestra corporalidad.
David Groff, escritor y poeta californiano, expresa en el siguiente artículo su redescrubrimiento personal a través de la masturbación, deslastrándola de connotaciones de suciedad y culpabilidad. He aquí su testimonio:
Elogio de la
masturbación
por David Groff
Una tarde de principios de primavera, hace dos años,
me toqué a mí
mismo de una manera nueva. Mirando atrás,
hacia esa tarde, me divierte comprobar que aunque me había
masturbado desde los cinco o seis años,
en esta ocasión fue como si fuese la primera vez. Con
el mágico
poder de transformación de una crisis emotiva, tenía
la posibilidad de redescubrir y relajar mi ser íntimo
con el simple hecho de amarme y darme placer a mí
mismo. Esa simple hora que dediqué
a explorar en la cama mi propio y apasionado anhelo, mis zonas erógenas
y de expandir la sensitividad del amor, cambió
mi vida por completo.
Lo que experimenté
ese día,
y los meses que siguieron, era un único
y poderoso sentido del amor y la ternura desde algo y por algo que había
en mí
mismo que me alivia y me colma. Después
de dos años de considerar este amor erótico,
intrafísico, con el que sigo, he llegado a
creer que la masturbación contiene el potencial de algo de
mayor significado para el bienestar, que la simple relación
sexual. Creo que el amor autoerótico da una oportunidad para que emerja
mi interioridad femenina y masculina en un acto de armonía
que hace que disminuya la carga emocional relacionada con la proyección
del Amado entre hombre y mujeres en nuestras vidas externas. Ello crea una atmósfera
externa más libre desde la cual expresarnos a
nosotros mismos y atraer a los demás.
Quiero hacerles partícipes a ustedes de cómo
se produjo en mí este proceso, y por qué
creo que es comprensible, y discutible, para aquellos que puedan estar buscando
una mayor satisfacción en sus relaciones y en sus vidas
amorosas.
Empecé a "jugar conmigo mismo" conscientemente hacia los seis años. A los ocho se había convertido en parte de los rituales de la mañana y de la noche. De un modo u otro, había desarrollado el buen criterio de mantener esta deliciosa actividad solo para mí. Encontraba un gran consuelo en la cosquilleante y cálida sensación que a la vez me excitaba y me relajaba, y que me daba la seguridad de que, dondequiera que estuviese, siempre tendría un amigo secreto con quien jugar. En los tiempos en que mi madre y la Iglesia empezaban con sus urgentes advertencias acerca de los peligros y la corrupción inherente al abuso de sí mismo, yo era ya un adicto de mí mismo. Nunca consiguieron hacerme abandonar a mi primer amor. Pero sí que consiguieron hacer que me sintiese culpable, sucio y paranoico de que cualquiera pudiera estar informado acerca de mi "desagradable" costumbre. En cualquier caso, el placer se iba haciendo poco a poco cada vez más delicioso.
Siempre me he masturbado con más
o menos regularidad desde esos primeros años.
Tocarme a mí mismo me proporcionó
una necesaria válvula de escape que me ayudó
a sobrevivir en la adolescencia. Después
siguió
conmigo en tiempos de soledad y complementó
las épocas
de plenitud de mi vida. La culpabilidad seguía
ahí,
pero se redujo de forma significativa después
de que escapase de debajo de las pesadas alas de la iglesia. Recuerdo a un cura
que me decía en el confesionario que ninguna mujer
querría
nunca casarse conmigo si seguía haciéndolo.
En los primeros años de la edad adulta mantuve en un celoso secreto mi actividad autoerótica. Mientras iba siendo cada vez más capaz de relacionarme profunda e íntimamente con las mujeres, descubría que ellas se mostraban muy a menudo libre de prejuicios en cuanto a la masturbación como fenómeno, aunque a ninguna le gustaba demasiado saber que yo la practicaba a pesar de la calidad de nuestra relación. Lo que yo observaba es que era indiferente reconocer que la gente normal lo hacía, de manera que no había discusión acerca de los cómos, los porqués y la frecuencia. Parecía que lo que uno hacía consigo mismo era mucho más privado y tabú que lo que hacía con los demás. Me asombra que en unos tiempos sexualmente liberados, la masturbación, considerada ahora un comportamiento normal, arrastre aún el estigma de verse relacionada con la pasión insatisfecha, la inestabilidad sexual y el ensimismamiento.
Después de reflexionar sobre esta cuestión por algún tiempo, lo que me ocurrió fue que, a pesar de que la masturbación seguía proporcionándome la relajación física que yo buscaba para la frustración sexual, frecuentemente me dejaba con una sensación de vacío y soledad. Esta sensación de vacío parecía inherente a la experiencia y dejaba incompleta mis sensaciones. Este sentirme incompleto se tradujo en una sensación de insalubridad, y contribuyó directamente a mi incapacidad de hablar abierta y libremente de la masturbación y de los rituales que la acompañan. Reconocer como hombre que no estoy completo es difícil. A pesar de todo lo que sé de mí mismo, admitir que estoy perdiendo algo aparentemente amenaza la autoimagen que me permite actuar como un hombre en el mundo.
Me resisto a generalizar a partir de mis propias experiencias primerizas dando un sistema de ideas masculinas acerca de la masturbación. A lo largo de los dos últimos años, los amigos masculinos que han querido comentar sus propias experiencias en cuanto a la masturbación han reiterado mi experiencia. No me cabe duda de que eufemismos populares como "espasmo" y "gran sacudida" son indicios de actitudes muy extendidas. Hay un aura de irrisión e inautenticidad en torno al autoamor masculino. El referirse a la gente como "pajizos" o a las experiencias como "pajas", como lo hacen ciertas personas indignas de confianza y los cómplices de los negocios manipuladores, es algo que concuerda con tales actitudes. Los gestos de las manos relacionados con la masturbación ocasionalmente afloran como gesto de degradación, dando a entender que alguien es inferior. Yo creo que, para los hombres, la masturbación, que es algo que la mayoría practicamos, se experimenta con demasiada frecuencia como un fallo de nuestra hombría y como prueba de nuestra sexualidad enferma.
Mi experiencia con mujeres me sugiere que sus actitudes son parecidas, aunque quizás menos virulentas. El movimiento de las mujeres, y la relativamente nueva exigencia de satisfacción sexual y plenitud orgásmica, han impulsado a las mujeres a una relación más grata con sus cuerpos. Los sexólogos y las revistas populares para mujeres han animado a éstas a tocarse a sí mismas, a conocer sus cuerpos y zonas erógenas. Para muchas mujeres el medio para convertirse en orgásmicas comporta una gran dosis de autoamor. Aún así, las mujeres con las que he hablado de la masturbación reconocen que es una práctica infrecuente y tan sólo como medio para la relajación.
No ha sido sin cierto asombro como he echado la vista atrás
a mi experiencia de dos años, maravillándome
ante la constelación de circunstancias que rodean una
nueva aproximación global al autoamor, junto con un
mayor respeto hacia él. Llevaba dos meses de separación
verdaderamente ingrata de mi mujer. Experimentaba la agónica
sensación de haber sido rechazado y abandonado.
Nuestra relación de doce años
estaba totalmente hundida. Emocionalmente me sentía
profundamente dolido y sentía terribles dudas acerca de mí
mismo. Además, por primera vez en mi vida padecía
de prostatitis, una inflamación de la próstata
que conlleva una dolorosa inflamación
de los testículos. El urólogo
al que había consultado me había
sugerido un tratamiento normal como lo más
adecuado para lo que era una enfermedad común
producto del agotamiento. La intimidad sexual con otra persona era imposible.
El dolor y la incomodidad sólo podía
aminorarse por medio de una masturbación
regular. Las únicas fantasías
sexuales que yo tenía se relacionaban con mi mujer, y eran
emotivamente ingratas. El mismo estímulo
era intensamente doloroso en un sentido físico.
Me enfrentaba con un dilema increíble.
Tenía
que masturbarme, pero no podía hacerlo como siempre. Mis primeros
intentos fueron tan dolorosos y difíciles
que simplemente no podía continuar. Me sentía
muy desdichado.
Perseveré a lo largo de esos difíciles días gracias al apoyo de algunos amigos amables y atentos, y a una firme determinación de aceptar esta experiencia y transformarme por ella. Sin disponer de mi mujer para el amor, elegí entregarme este amor a mí mismo y explorar nuevos caminos para ese mismo amor. Un amigo me habló de un adagio feminista que había escuchado: "Una mujer se convertirá en el hombre con quien quiera casarse". Decidí aplicármelo a mí mismo y convertirme en la mujer a la quería amar. El deseo de curarme física y emocionalmente, combinado con el estímulo de pensar en ello y de experimentar e aspecto femenino que se encarnaba en mí, culminaron en un nuevo ritual masturbatorio, organizado en torno a mi necesidad de amar y ser amado más que en la simple relajación sexual.
Finalmente lo conseguí,
una tarde de primavera, en mi cama, con tiempo para estar conmigo mismo. Creé
un entorno rico en texturas, música, incienso y aceites de masaje que
pudieran estimular y agradar a aquel con quien había
elegido estar. Muy suavemente, empecé
a explorar y tocar mi cuerpo, como si yo fuese la mujer anhelada y amada. Ahora
tenía
la oportunidad de experimentar y expresar esas sensaciones con ella. Con la
excitación del descubrimiento me aventuré
en mis zona erógenas y descubrí
sentimientos y sensaciones que a veces eran familiares y a veces nuevos. Pronto
me sentí estimulado y deseoso. Era algo
ingrato, pero en lugar de impulsarme hasta el umbral del orgasmo, relajé
la respiración y el ritmo y volví
a explorar mi cuerpo, conectando todo mi ser con la excitación
que sentía. Durante cerca de una hora repetí
el mismo drama de aproximaciones, relajaciones y retiradas. Mi cuerpo cantaba
para mí de una forma que sólo
había
conocido en mis momentos más increíbles
con una amante. Cuando me dejé ir más
allá
del umbral me sentí lanzado a un orgasmo total que enjugó
todos mis miedos por el perdido e irrecuperable amor. Con aquella sensación
de bienestar me vi a mí mismo tan esplendorosamente amado y
tan completo como siempre lo había
deseado.
Con esta experiencia me di cuenta de que había amado como si hubiese estado con mi bienamada. Me di cuenta de que me sentía mucho menos obsesivo al pensar en mi mujer. Necesitaba masturbarme con menos frecuencia según pasaba el tiempo porque mi estado físico había mejorado. Sentía una mayor satisfacción aparte de los momentos en que me tocaba. Y, sorprendentemente, necesitaba empeñar menos energía para crear una fantasía que catalizase mi excitación. Los tocamientos acariciadores y la amorosa atención que me concedía parecían del todo suficientes.
Esta experiencia de autoamor parece abarcar el potencial
real y virtualmente indiscutible que la masturbación
aporta a todos. No creo que la masturbación
haya de seguir siendo una experiencia necesariamente cargada de connotaciones
de suciedad, ensimismamiento y anhelo vacío.
Creo que mi experiencia pone en cuestión
las actitudes y rituales que los hombres perpetuamos en nuestro autoamor. ¿Qué
pueden decir nuestros rituales autoeróticos
tan orientados al logro y tan sumarios acerca de nuestras relaciones con
nuestros propios cuerpos, con nuestros amantes internos? Y, ¿cómo
podemos desarrollar estas actitudes en nuestras relaciones? Creo que la calidad
de los rituales masturbatorios manifiesta el amor que albergaos por nosotros mismos.
Se habla mucho estos días de la importancia de nuestra relación interna entre nuestros aspectos masculino y femenino. Se ha escrito mucho acerca de cómo depende nuestro desarrollo saludable del éxito de esta fusión interior. Procedente tanto de los psicoterapeutas como de los maestros espirituales, han aparecido elaboradas teorías acerca de este cortejo interno y de su impacto sobre nuestras relaciones en el mundo. Yo creo que los rituales masturbatorios conscientes que emparejan la energía erótica de nuestra sexualidad instintiva con un deseo de explorar, conocer y amar nuestro ser global pueden contribuir a que se incremente nuestro bienestar y nuestro autocumplimiento. Al dedicar un alto grado de atención a nuestros opuestos intrapsíquicos accedemos y reforzamos la comunicación de nuestra personalidad más saludable, tierna e íntima.
La ecuación amorosa que parece regular y gobernar
nuestra capacidad para una vinculación
incondicional sigue siendo "ama a tu prójimo
como a ti mismo". Una experiencia consciente, apasionada y plenamente
encarnada de autoamor se convierte en una afirmación
del amor a todos. La calidad del vínculo
interno queda reflejada fuera. La riqueza de mi matrimonio interior amplía
el espectro de mis experiencias y emociones y puede abarcar mi relación
con los demás. Así
soy mucho más capaz de amar y apoyar la emergencia
de los atributos masculino y femenino en los demás.
Fuente bibliográfica:
Keith Thompson (editor). 1992. Ser hombre. Editorial Kairós. Barcelona (España).