Fetiche
(del francés fétiche). Ídolo u objeto de
culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los
pueblos primitivos.
El fetichismo se refiere al acto de
admiración exagerada e irracional que se siente hacia una persona o
hacia una cosa. Puede ser entendido como una forma de creencia o práctica
religiosa en la cual se considera que ciertos objetos poseen poderes mágicos o
sobrenaturales y que protegen al portador o a las personas de las fuerzas
naturales.
Entre los pueblos ancestrales, un fetiche era un ídolo o
cualquier otro objeto de culto, al que se atribuía un poder mágico. En África la
enfermedad y la muerte podían ser imputadas a causas sobrenaturales, de ahí que los
objetos, junto a las técnicas mágicas y rituales se utilizaban para combatir estos
infortunios.
La expresión “fetiche”,
proviene del portugués, y mucho tiempo antes, entre los marineros y los
comerciantes, se utilizaba esta palabra para nombrar los objetos y figuras
tallados. En portugués el término feitico (un objeto fabricado mediante
artes mágicas, por un mago o feiticeiro) tiene un
significado más bien neutro, en el sentido de “artículo
de magia” o “amuleto”. Su traslado a las
culturas primitivas, salvajes, y sobre todo a las culturas africanas, amplió
su significado, aunque de una manera más específica:
algunos etnólogos e historiadores de la religión
lo vieron como la síntesis de la etapa más antigua de la
religiosidad en el hombre; los objetos que contenían un espíritu,
constituían, según esta forma de
entenderlo, el núcleo de la creencia en los fetiches: el “fetichismo”.
Al principio, el espíritu de un fetiche se
consideraba el fantasma de un hombre muerto. Más adelante, se suponía
que residían en los fetiches los espíritus
más
elevados. Así, el culto de los fetiches finalmente incorporó
todas las ideas primitivas de los fantasmas, las almas, los espíritus
y la posesión demoníaca.
Los árboles fetiches fueron un desarrollo posterior, pero
entre algunas tribus la persistencia de la adoración
a la naturaleza condujo a la creencia en amuletos poseídos
por algún tipo de espíritu de la
naturaleza. Cuando las plantas y las frutas se volvían
fetiches, era tabú comerlas. La manzana fue entre las primeras en esta
categoría; los pueblos levantinos no la comían
jamás.
Si un animal comía carne humana, se
convertía en un fetiche. De esta manera el perro se tornó
un animal sagrado para los parseos. Si el fetiche es un animal y el fantasma
reside permanentemente en él, el fetichismo raya con la reencarnación.
De muchas maneras, los salvajes envidiaban a los animales; no se consideraban
superiores a ellos y frecuentemente se ponían el nombre de sus
bestias favoritas.
Algunos días de la semana eran
fetiche. Por muchas edades, el viernes se consideró
el día
de la mala suerte y el número trece un numeral maligno. Los números
de la buena suerte, tres y siete, aparecieron como consecuencia de revelaciones
posteriores; el cuatro era el número de la suerte del hombre primitivo y se derivaba
del reconocimiento primitivo de los cuatro puntos cardinales. Se consideraba
mala suerte contar las cabezas de ganado u otras posesiones; los antiguos
siempre se opusieron a hacer un censo, «numerar al pueblo».
La saliva era un fetiche poderoso; se podía
ahuyentar a los diablos escupiendo sobre la persona. Era un gran cumplido que
un anciano o un superior le escupiera a uno. Ciertas partes del cuerpo humano
se consideraban fetiches potenciales, particularmente el pelo y las uñas.
Se tenía en gran estima las uñas largas de los
caciques, y los trozos que de ellas provenían eran considerados
fetiches poderosos. La creencia en la calavera como fetiche explica la
existencia más reciente de los cazadores de cabeza. El cordón
umbilical era un fetiche de alto valor; aún ahora así
se lo considera en África. El primer juguete de la humanidad fue un cordón
umbilical preservado: engarzado de perlas, cosa bastante frecuente, fue el
primer collar del hombre.
Mucha gente consideraba que los genios eran
personalidades fetiche poseídas por un espíritu sabio. Y estos
seres humanos talentosos aprendieron pronto a usar el engaño
y el soborno para fomentar sus propios intereses egoístas.
Un hombre fetiche se consideraba más que humano. Era
divino, aun infalible. Así pues los caciques, reyes, sacerdotes, profetas y líderes
de la iglesia, finalmente tuvieron gran poder y ejercieron una autoridad sin límites.