Son curiosas las múltiples formas de relación que los hombres tenemos con nuestras energías instintivas, sexuales y creativas. Tal como lo expresamos en un artículo anterior, las conexiones que establecemos con nuestro género están asociadas en un principio a patrones culturales, pero luego, con el inicio de la pubertad, se nos presentan en un principio a través de la relación que establecemos con nuestro pene. La testosterona nos despierta a nuevas dimensiones de experiencia, la mayoría signadas por lo instintivo, lo animal. De allí que para algunos, estas nuevas sensaciones se nos presenten como un monstruo que no conocemos: misterioso, amenazante pero a la vez fascinante, al que se nos obliga normalmente a reprimir, estigmatizado con ideas de culpa y pecado.
Ed Ergoth es un terapeuta sexual que vive en California. Su historia de vida con relación a sus energías instintivas, afectivas, sexuales y creativas, las que él llamó su bestia interna, es un testimonio que puede tener coincidencias experienciales con algunos de nosotros. Las relaciones del hombre con su pene, y con sus diversas formas de expresión, normalmente son condenadas por la sociedad como inmorales y por muchas religiones como inspiradas por el demonio. Sin embargo, forma parte del crecimiento personal de cada hombre reconocer que todo vínculo con el falo forma parte de su identificación con el símbolo masculino de sus energías instintivas, arquetípicas y creativas. A continuación transcribo al español un artículo que Ergoth publicó en la revista White Crane Journal en 2007.
“¡Me encanta masturbarme!, ¡mucho! A través de la masturbación fue que encontré a mi bestia interna. Acepté a mi bestia interna gracias a la masturbación, y así, sané las relaciones con mi cuerpo. Celebro mi bestia a través de la masturbación y estoy, en estos momentos, compartiendo mis sentimientos y creencias con la esperanza de que puedan despertar debate, disgustos, discusión y delicia. Estas son mis creencias y mi historia con relación a mi bestia, nada más ni nada menos.
A una edad muy temprana, aprendí también a reprimir mis emociones. Me tocó presenciar muestras de emociones violentas e incontroladas. Aprendí entonces que las emociones pueden herir a la gente. Recuerdo claramente cómo la rabia de mi padre, no solamente hería a otras personas, sino que me hería también a mí directamente. Y rezaba en ese entonces por no herir a nadie de esa manera. Me recuerdo parado en la ducha, llorando como un bebé, después de un episodio particularmente horrendo de rabia, y diciéndome a mí mismo que si no me dejaba llevar por mis emociones era posible que no hiriera a nadie. Paré de llorar y simplemente me desprendí de mis emociones y, aunque no lo hice de inmediato, traté de enterrar a mi bestia interna. Envidiaba al Sr. Spock de Viaje a las Estrellas porque nunca se dejaba arrebatar por las emociones. Simplemente apagué mis emociones. Y no fue hasta que logré rescatar a mi bestia que aprendí a convivir confortablemente con mis emociones de nuevo, y a celebrarlas.
En la universidad mi bestia fue dejada literalmente en el rincón. La primera semana en la sala de los estudiantes escuché una historia sobre un chico que se encontró la primera vez con su compañero de cuarto y lo capturó, casualmente, masturbándose. Ja ja, no saben cómo deseé en secreto que ese hubiera sido el caso de mi propio compañero de cuarto, las cosas pudieron haber sido diferentes. Esto me llevó a aprender rápidamente ese hábito que me costó muchísimos años romper: aprendí a masturbarme rápidamente y calladamente, de manera que nadie pudiera sorprenderme. Mi bestia no estuvo involucrada nunca más. La masturbación se movió desde una experiencia consciente a justamente algo que no debía ser expresado ni descubierto. Y de esta manera volví a perder la conexión con mi cuerpo.
Simplemente me batí en retirada, y lo hice muy bien durante la universidad. Hice todo lo que se esperaba que hiciera, y me comportaba justo como cualquier otro chico universitario. Pero por dentro estaba adormecido. Hice las cosas que se esperaban que fueran aceptables: me desconecté de mi bestia, apagué todas mis emociones e hice todo lo que los demás esperaban que hiciera. Me sumergí en los estudios universitarios y luego en una carrera. Enterré a la bestia y me desconecté de mi cuerpo. Simplemente fui el chico que yo pensaba que era lo que otros esperaban de mí.
Por este mismo tiempo empecé a explorar de nuevo mis emociones. Recuerdo haber participado en una poderosa sesión terapéutica donde alguien provocó en mí una respuesta violenta. Esta persona lo hizo desde el corazón y el cariño. Él sabía que había algo enterrado dentro de mí que necesitaba salir a flote. Dejé salir la agresión, pero no en contra el hombre que trabajaba sobre mis emociones, sino más bien sobre mí mismo. Comencé de nuevo a acoplarme con mis emociones.
Ahora, a mediados de mis 40 finalmente vengo no solo a aceptar, sino también a celebrar a mi bestia. Pasé muchos años reprimiendo esta parte de mí porque sentía miedo de ella. Veía la violencia con ojos de niño y no quería cometer violencia conmigo mismo. Después de mucho tiempo y reflexión, finalmente vine a honrar mi bestia. Es la bestia quien me hace ser el que soy. Es la bestia quien dirige mis metas. Es la bestia la que me hace erótico. Pero también la bestia puede ser agresiva. Sin embargo la agresividad está lejos de ser el comportamiento principal en el ser humano. Tener miedo de mi bestia interna, para mí, es tener miedo de mi pene.
Para mí, el masturbarme se volvió un ritual para honrar a mi bestia. Me gusta honrar esa parte primitiva y profunda de mi ser. Y honro esa parte de mí aún cuando no parezcan existir razones para ello. Honro esa parte de mí que es vocal: gutural y sin palabras. Honro esa bestia que me ayudó a estar en mi propio cuerpo. Celebro que ella esté completamente dentro de mi cuerpo. Respiro para llamarla. Respiro para aquietar mi mente. Respiro para sentir lo que no puede ser sentido de otra manera. Respiro para invocar mis energías más primitivas.
A través de estos rituales masturbatorios he desarrollado una conexión espiritual con mi cuerpo. El placer que he sentido me ha ayudado a superar los bochornos que sentía respecto de mi cuerpo. Me he dado cuenta de que había desarrollado una relación pobre con mi cuerpo hasta que descubrí a mi Bestia interna. Mi Bestia me enseñó cómo estar en mi cuerpo. Me enseñó cómo abrirme y estar orgulloso, con regocijo. Me enseñó cómo estar en conexión con las energías primitivas que conforman la fuerza de la vida. Cuando me encuentro en trance erótico me hallo consciente del fuego en cada nervio, de cada respuesta de los músculos. No puedo pensar sino en estar conectado con las poderosas fuerzas que lo han creado. Aprecio estar en mi cuerpo, que me ha ayudado a mejorar los sentimientos sobre mí mismo. He aprendido la importancia de cuidar de mi cuerpo y estoy en deuda con alto poder que lo ha creado para mí.
A través de estas experiencias sané los sentimientos de culpa asociados con el placer. Recuerdo a mi padre preocupado por las manchas de semen en las sábanas y transformé la culpa en celebración. La eyaculación es un regalo sagrado para mí. Cuando escojo eyacular honro mi esencia y a todos mis ancestros. Honro el regalo de energía erótica que se expresa en el orgasmo. Honro a la bestia que revela su energía.
Mi bestia interna es parte de mi altar. Siempre trato de comenzar el día dedicándole algún tiempo a mi altar y el dialogar con mi bestia es parte de ese tiempo. Ella me ha enseñado muchas lecciones y estoy seguro que hay muchas más lecciones por venir. Después de muchos años he experimentado que mi vida es más completa porque soy uno con mi Bestia.”